Rembrandt, Simeón y el Niño Dios |
Despachad ya, Señor, al siervo vuestro
y huélguese en la paz de su Maestro,
según vuestra palabra fidedigna
que asperjabais con mano tan benigna.
¿Qué mirarán los ojos, los absortos
de miraros? ¿Dónde hallarán confortos?
¿Qué otro esplendor verán, qué otra alegría
tan diáfana como la de este Día?
Día sin nube, día en que las arras
le concedisteis, y hasta las hondarras
sorbió de su venturo refrigerio
cual destilado a vuestro tierno imperio.
Día que es vuestro rostro y su decoro.
No demoréis, Señor, ese tesoro
al siervo éste que clama ya a las puertas
de vuestro Tribunal, y halla entreabiertas.
¡Oh luz de las naciones y alta gloria
de vuestro fiel rebaño, la victoria
dejadnos contemplar de vuestro Verbo!
¡Y dispensad, Señor,
por vuestro honor,
de aqueste largo andar a vuestro siervo!
Fray Benjamín de la Segunda Venida
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