viernes, 16 de mayo de 2014

FUEGO CRUZADO ENTRE LAS RUINAS

Se diría que el asediado campamento de los santos (Ap. 20,9), al modo de aquellas tribus galas entretenidas en mutuos e interminables pleitos en vísperas de ser sometidas por César, se encuentra abocado a una sangría que lo hará más vulnerable cuando deba presentar la decisiva batalla. Indecorosa batracomiomaquia, guerra civil de escupitajos y regüeldos, el enemigo ya la cerca por todos sus flancos -con múltiples agentes infiltrados, incluso, que preparan el terreno para la invasión postrera- mientras los guerreros de este lado se distraen en estériles recíprocos reproches. Este desvarío funesto (ἄτη) que afecta a tirios y troyanos de consuno, reconoce en todos los casos un idéntico pecado de origen: el irrealismo, la renuncia a sostener una mirada insobornable e indistracta ante la realidad, a trueque de tomar atajos engañosos que acaban por poner a la conciencia ante su propio espejo doblado en realidad. Autocomplacencia de carácter típicamente idealista -por no decir ideologizante-, de sello moderno, ya que no modernista, creemos un deber nombrarla siquiera, en el instante mismo en que amenaza extenderse como el fuego. Máxime, en una sazón en que la viña del Señor rebosa de hojarasca y de sarmientos secos.

No hablamos, quede claro al empezar, de los progresistas: de éstos sólo cabe comprobar la paradoja de que, estando, no estén, y todo cuanto digamos sobre ellos resultará bastante obvio. Nos referimos a dos opuestas direcciones, dos tesituras ante el «problema Bergoglio» que, en este momento de crisis colapsante, exasperan en el seno mismo de la Iglesia ese dialecticismo morboso, esa polarización tan fácil de advertir, por lo demás, en la praxis política del último siglo. Simiente de Hegel inoculada ora por inadvertencia ora por malévolo cálculo a la Iglesia, la crispación estéril es todo su fruto, al tiempo que la andadura declinante de los hechos continúa su marcha triunfal, sin detención.

Un tótem para uso de los "normalistas"
Están, por empezar, los que aplican genérica y malévolamente el dudoso y despectivo mote de «lefebvrianos» (ver un caso típico aquí) a todos cuantos se sirven deplorar los evidentes estropicios que provoca el Papa tristemente reinante. Conciencias tiranizadas por el tótem de turno, que atribuyen a la Providencia las notas sombrías que mejor cuadrarían a la fatalidad, los vemos reconocer (en esto sí acertados) el problema del «gran cisma que se nos viene encima», aunque la causa próxima del mismo se les ocurra ser no la «progresía clerical sino, precisamente, [...] los conservadores o tradicionalistas», si vale intercambiar sin equívoco estos dos términos.

¿Qué les imputan a los "tradicionalistas", a los que llaman imprudentemente carcas, término éste que, si hay alguien a quien cabe aplicar con mayor rigor, es a los progres, estaqueadas sus aspiraciones en el lejano 1968, o aun en el más lejano 1789? «El problema de los tradicionalistas con el Papa Francisco no es de verdad sino de caridad» -señalan (y señalan un peligro real, que a todos acecha. Quizás en primer término a cuantos aplauden a Francisco). Invitan a orar incesantemente por él, omitiendo toda crítica pública. Porque -en el colmo del delirio encomiástico, sin calibrar la calidad del sujeto a quien dirigen sus loas, confundiendo crasamente al cargo con aquel que lo inviste-, éste es «un Papa mártir, prisionero, hasta allá donde el Espíritu Santo lo permita, de los que le alaban tanto como manipulan sus palabras». No hace falta pararse a refutar un fideísmo tan ramplón: pruebas al canto y a la evidencia un manto, el Papa prisionero y mártir no lo es sino -y en el mejor de los casos, que preferimos callar otras sulfúreas posibilidades por comprensible falta de pruebas, Ecclesia de occultis non iudicat- de su insolente mediocridad, de su cobardía en proclamar la verdad completa y sin rebajas, de su empatía con los enemigos declarados de Cristo y de su aversión obstinada y visible por por todo cuanto remita a la venerable Tradición de la Iglesia. Creemos ocioso ofrecer ejemplos: Francisco los destila a manos llenas, ad nauseam, casi a diario.

Toda vez que se mortifiquen los preambula fidei, y siempre que los presupuestos racionales de la fe resulten escamoteados, la fidelidad al Papa será vivida en clave supersticiosa, fetichista. No es sensato que no cause extrañeza -y aun alarma- que la Iglesia, depositaria de una verdad inmutable, varíe (y en mucho más que un iota o una tilde) su certeza doctrinal. No es admisible que sea el propio Vicario de Cristo quien declare tácitamente abolido el principio de identidad y no-contradicción: y si así lo hiciera, es lícito y obligado resistirle. Pues destruyendo la razón, la fe se vuelve una entelequia, puro vapor de letrinas.

Besamanos y reverencia de Francisco al salesiano
apóstata Don Michele De Paolis, público defensor
del aberrosexualismo. ¿Sólo hay que callar y orar? 
No queremos dudar de la buena fe de éstos, por lo que tendremos que reconocer, en cambio, su notoria falta de cacumen. Que queda confirmada cuando, para auxilio del buen nombre de Bergoglio, recurren al expediente menos apto: los supuestos "dictados" (ellos mismos entrecomillan el término) que una mujer madrileña recibe de Jesús y de María, avalando al actual pontífice contra sus críticos. ¡Vaya argumento de autoridad que manotearon! Para apoyo de opuestas razones, otros recurren también a supuestas revelaciones privadas que afirman exactamente lo contrario.

En fin: esto es todo cuanto cabe esperar de los llamados «neoconservadores». El otro caso a reseñar, en esto de las trifulcas entre ruinas, es el de ciertos sujetos afectados de un celo lunático, caricatura del verdadero celo, cuyos "niques" o cognomina se han hecho notar en varios foros y sitios digitales católicos, inseparables de sus fijaciones y manías. Diríase que se glorían de su demencia, confundiéndola con la «locura de la Cruz». Callamos sus nombres en su obsequio, que también por acá han pasado con sus calenturientas objeciones. Cualquier crítica al Papa fundada en la suficiencia inequívoca de los facta concludentia -que no en ulteriores, improbables, eventuales desarrollos de los mismos, a los que ellos se muestran muy aficionados-, suscitará sus iras descalibradas. El argumento que repican con insistencia pueril, reputándolo válido para cuestionar cualquier otra crítica, por áspera y realista que resulte, es el de que Francisco no debe ser llamado «Papa» por tratarse de un hereje. Fanáticos de sus propias tesis, puestos a fiscales de quien peque por contradecirlos, a estos Belarminos del tic y el retintín se les deben unas pocas aclaraciones antes de que retomen sus zarpazos desde la espelunca digital.

Tuvimos un querido confesor y consejero que solía repetir una (suya) máxima digna de memoria: no llames hereje a cualquiera; para ser hereje, antes hay que ser inteligente. Por supuesto, de una inteligencia depravada, corrompida, pero inteligente -al menos en principio. Al zote le puede caber ser un repetidor de ajenas herejías, un mecedor de manoseados errores o por mentecatez o por malicia, pero la perversa originalidad del hereje le está vedada por simples cuestiones de contextura mental. Cuando los vecinos de la muy noble y muy leal ciudad de Buenos Aires (como la apellidaron las cédulas reales después de su probado valor en repeler las sucesivas incursiones piratas del siglo XVIII) escarmentaron a los ingleses en sus invasiones de 1806 y 1807, el grito que animaba cada nueva carga porteña era: «¡fuera, herejes!», pero es fuerza decir que el término más apropiado al caso hubiera sido el de «cismáticos», «seguidores de herejes» u otros afines. Con todo, a aquellos hombres podrá perdonárseles la impropiedad léxica porque, entre el olor y el estruendo de la pólvora y los relinchos de la caballería, es seguro que no pretendieran plantear las porfías teológicas concedidas al teclado y al mouse.

En rigor, ni siquiera Enrique VIII, el fautor de la ruptura anglicana, puede ser considerado un hereje, como sí lo fueron Lutero y Calvino, como muy antaño lo fueron Arrio y Pelagio. Insistir conque Francisco es hereje, y que por lo tanto no es Papa, equivale a dar valor de conclusiones a unas precarias premisas, no evidentes de suyo. A la vez que se simplifica imperdonablemente el carácter dramático de la presente hora de la Iglesia, cuya apostasía supone un proceso en el que Francisco, precedido por numerosas flaquezas doctrinales de sus inmediatos predecesores, termina actuando como catalizador hacia el abismo.

Bergoglio, bien vistas las cosas, es un oportunista que se vale de unas cuantas tesis implícitas, impuestas éstas sí por auténticos ideólogos de la religión o «herejes». Sofismas sahumados, que todo lo impregnan sin producir impacto, hacía falta quien los recogiera al modo del político de masas, para halagar los oídos previamente domesticados por los yerros y facilitar esa saturnal colectiva que llaman consenso. La Iglesia, gracias a él (que se requería de un histrión, mediocre y todo, en esta instancia) cumple el definitivo tránsito, acariciado por décadas, de la religión «cerrada» a la religión «abierta», garantía de la difícil supervivencia del estamento clerical -mundanizado, al fin de cuentas- en los tiempos que corren. Se trata de la irrupción de un nuevo clericalismo, como lo señalara oportunamente Augusto Del Noce, esta vez bajo la impronta neo-modernista:
cuando prevalezca el tipo de religión «cerrada», y la religión se suelde de tal manera con un cierto ordenamiento social que la haga aparecer como un órgano suyo, como habría ocurrido en la edad de la Contrarreforma, se pasa al anticlericalismo. [Éste, inicialmente ligado a la clase burguesa, y declinante en antiteísmo y aun en ateísmo, que acaba por ser la] forma extrema del «resentimiento contra el mundo cristiano», es [ya] en realidad una superestructura del movimiento proletario; el único modo de vencerlo es el pasaje a la religión «abierta» (Il problema dell'ateismo, il Mulino, Bologna, 2010 [1964])
Comprobamos aquí la misma infestación hegeliana que parece regir todo el proceso de la modernidad: la subordinación del esse al fieri, la afirmación de la perfectibilidad de la potencia por sobre la perfección del acto. Y con ello y como consecuencia inevitable, la negación del acto puro: Dios. Es una mentalidad que rechaza al espíritu, y que se ha filtrado trágicamente incluso en encíclicas, en documentos del Magisterio bien antes de Bergoglio. Éste no hace sino recoger, condensándolas hasta la extenuación merced a un ritmo propagandístico frenético, todas las repulsivas consejas post-conciliares acerca del sincretismo religioso, la aconfesionalidad del Estado, el latitudinarismo soteriológico y la glorificación del hombre en la tierra. Y aunque lo haga con la más desaliñada dicción, con cacofonías y aun con giros ambiguos y heretizantes, no puede decirse que haya ido mucho más lejos que sus predecesores en este punto; su salto cualitativo, en todo caso, estriba en la moral (por lo que dice, por lo que calla, por lo que sugiere acerca del celibato de los sacerdotes, del rol de la mujer en la Iglesia, de la comunión de los adúlteros, de la homosexualidad y del aborto, siempre alentando equívocos que no hallaremos fácilmente en sus predecesores). Pero como éste no es el terreno del dogma, no puede lícitamente recurrirse a él para acusarlo de herejías propiamente dichas. Bergoglio no ataca inmediatamente al dogma, sino de forma oblicua; no lo hace in re, sino en sus consecuencias e, indirectamente, en sus fundamentos.

Esto tiene una razón precisa: desde el Vaticano II viene predominando un modelo pastoral entendido como «praxis ateorética», según la expresión de un conocido estudioso de estos desmadres. Sus cultores se desentienden, por ello mismo, de las definiciones dogmáticas, a las que evitan cuestionar por reputarlas sencillamente irrelevantes. Es cierto que esto, por sí mismo y por negar prácticamente todo el depósito en bloque, podría considerarse una super-herejía, tal como un clarividente San Pío X se refirió al modernismo, llamándolo «compendio y síntesis de todas las herejías». Subsiste, con todo, la dificultad de imputarles el delito de herejía a sujetos que caen bajo esta vaporosa jurisdicción: la indefinición de los conceptos que articulan en sus sistemas es, sin dudas, su mejor aliada.

No sabemos si Francisco deja de incurrir en el definitivo desafuero de la herejía apertis verbis por astuto cálculo (para evitar la exhibición completa de sus vergüenzas, y el consiguiente descrédito de muchos que aún le sonríen por ser el Papa), o bien porque, en atención a su eminentísimo cargo, que conlleva en ciertas extraordinarias circunstancias el carisma de infalibilidad, una Mano se digna taparle la boca a tiempo incluso en las circunstancias ordinarias. Problema insoluble desde nuestra precaria perspectiva temporal. Lo cierto es que descalificar como a «tibio» al profesor Antonio Caponnetto por el solo delito de seguir llamando «Papa» a Francisco, como lo hemos visto por ahí de parte de uno de estos abribocas compulsivos, no bastante el testimonio de la voz vibrante y el ejercicio prolongado de la denuncia (y pese a la amenaza de entredicho en curso), es más de lo que desde este humilde sitio y por mor de justicia nos vemos dispuestos a tolerar.

Tendrá que caer idéntica reconvención, sin demora y como corolario de la persecución vigente a manos de la Jerarquía apóstata, sobre Gnocchi y -ya póstuma- sobre Palmaro, que fueron expulsados de Radio María por el primero de una serie de esclarecedores artículos (luego compilados en un volumen titulado Questo Papa piace troppo, «Este Papa gusta demasiado»), que aquí publicamos en su momento, «Este Papa no nos gusta». Y sobre los Franciscanos de la Inmaculada, que encima acatan (con discutible razón, pero lo acatan) un comisariamiento despótico, con fáctica prohibición de celebrar la Misa Tradicional, porque le reconocen a Francisco la autoridad pontificia. Y sobre De Mattei, también cesante en Radio María, que en ninguno de sus habituales artículos (en los que refleja agudamente la crisis de fe que afecta a quienes gobiernan a la Iglesia) deja de llamar «Papa» al susodicho.

La validez de la renuncia de Benedicto XVI (sea por el motivo aducido para la misma, sea por las fallas en la latinidad del documento de dimisión, o por la posibilidad de haber sufrido coacción) no deja de ser un problema que, de resolverse por la negativa, invalidaría automáticamente la elección de Bergoglio. Pero mientras esto no se resuelva será temerario adelantar un juicio canónico que, por razones obvias de oficio y de oportunidad, no estamos facultados a hacer. Seguir insistiendo sobre este punto supone distraerse en un argumento fútil y alentar la anarquía en la Iglesia. Por lo demás, subsiste siempre el problema inherente a nuestra fe católica: quién juzgará a la sede Apostólica, si vale aquello de Prima Sedes a nemo iudicatur.

Nuestro Señor se sometió de grado a Anás y Caifás, la validez de cuyo supremo sacerdocio no consta que haya desconocido. Y esto siendo Él quien era, y en la inminencia misma del cese del sacerdocio levítico, cuyo irresistible dictamen fue pronunciado recién con el consummatum est (Io 19,30), en la Cruz.

Seguir batiendo el parche sobre la presunta certeza de que Bergoglio es el antipapa de las postrimerías, la Bestia de la Tierra, equivale a situarse en una perspectiva post-apocalíptica, caído ya el velo de la historia y consumado el Juicio. No olvidemos que el destino de Judas quedó fijado con su muerte autoinfligida, y no antes. Y que si Bergoglio compró todos los números de la rifa para obtener tan indeseable dignidad, Dios puede suspender el sorteo, si así le place, por dos o tres siglos más. El tiempo es la garantía material de lo posible.

Y entretenerse apuntando contra las voces inteligentemente críticas de este pontificado por razones tan banales y antojadizas merece de veras alguna revisión. Se confunde, a la postre, visceralidad con razón, incurriendo en el emotivismo de raigambre modernista, cuando es al modernismo a quien se presume combatir. La ciega exasperación dialéctica no tiene ni trazas de cristiana. Triste ha de ser, a causa de una terquedad tan mal domeñada, acabar retratado por los versos del gran orihuelano -otro que disparó al blanco equivocado, sin merma de la excelencia de su estro- cuando estampó aquello de
ésta es su obra, ésta:      pasan , arrasan como torbellinos,       y son ante su cólera funesta        armas los horizontes y muertes los caminos.

El misterio del Deus absconditus que obra en los entresijos de la historia, entre los agónicos afanes humanos por comprender lo que pasa: tal es lo que cumplió a Chesterton narrar en esa feliz pesadilla que tituló El hombre que fue Jueves. Allí seis hombres (cada uno nombrado por uno de los días de la semana) bracean y boquean, enfrentados vanamente los mismos que entendían servir a una misma causa, para ir finalmente a recibir la paga a sus esmeros (y la acabada comprensión de todo lo sufrido) en el despacho de un pletórico y jocoso Domingo, mentor de toda la trama. Allí se nos enseña, para mayor aviso nuestro, que «nadie tiene experiencia de la batalla de Armaggedon».


28 comentarios:

  1. Está muy bien, muy sensato. Si de la carrera de ningún hombre puede aventurarse dictamen hasta el día último de su vida, como dice Sófocles, cuánto menos podemos hacerlo del curso de los tiempos, por malignos que parezcan. No adelantarlos es nuestra forma de ejercitar la paciencia evangélica. Estar atentos, la de la vigilancia.

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  2. A pesar de algunas propuestas magisteriales como la de la Evangelii Gaudium diciendo que la antigua alianza nunca fue revocada donde ya podemos hablar de caer en el terreno de la herejía,el tema si es Papa o no, me parece que no ayuda sino más bien trae confusión.
    Son muchos los elementos que habría que manejar para sacar estas conclusiones y si bien tengo una opinión bien formada al respecto, la dejo para mi fuero y círculos íntimos.
    Lo que sí es algo que creo que hay que considerar seriamente es la posibilidad de estar frente a la Bestia de la Tierra, atendiendo a todas las señales de las S. Escrituras al respecto, así como las que tienen que ver con los tiempos inmediatamente anteriores a la Parusía, que dicho sea de paso incluyen como conditio sine qua non a este asistente del "iniquo".
    También creo que no estamos errados al hablar de apostasía, que requieren de ejecutores, es decir de apóstatas. Y en ese caso, actos condenados como apostáticos como Asís, si bien no solamente son imputables a Bergoglio, sí podemos ver a este personaje como paradigmático en estas cuestiones. Con tira y aflojes en los papados pos-conciliares, esta parece ser la culminación del proceso que ya no puede imaginarse de mayor relativismo. Pero a esto tenemos que agregarle toda la situación del mundo, especialmente el genocidio de no nacidos y la perversión de la infancia, con la complicidad por omisión de la jerarquía eclesíastica, cuando no con la promoción de esta por parte de Bergoglio y sus designados como el caso que ilustra en su artículo del impresentable salesiano.
    Por esto y pensando más que nada en la salvación de las almas de mis hijos, aunque me duela la actualidad de la Iglesia, me genera esperanza el hecho que el mal llegue a niveles tan impensablemente superables, porque eso no puede sino significar que es tiempo de levantar nuestras cabezas ya que nuestra liberación está próxima.
    La cuestión entonces es perseverar.
    Adveniat Regnum Tuum
    Le mando un afectuoso abrazo, estimado Don Flavio, en Cristo Rey

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    1. Desde aquel fatídico 13 de marzo en que Bergoglio fue anunciado como Papa (y quienes conocíamos su trayectoria nos sentimos heridos como por la mayor estafa de la historia), la posibilidad de estar frente a la Bestia de la Tierra se ha hecho más próxima que nunca. No podemos dejar de velar. Lo que creo definitivamente ilícito es adelantarse al juicio de Dios y ver hoy mismo cumplidas las profecías respectivas: a esto apunta el artículo.

      Reciba usted también mi abrazo en el Rey de Reyes

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  3. Dios mío, cuántos ríos de palabras para al final justificar lo injustificable. A Maite C quizá le guste al artículo, a mi no. "Bergoglio, bien vistas las cosas, es un oportunista que se vale de unas cuantas tesis implícitas, impuestas éstas sí por auténticos ideólogos de la religión o «herejes». Es decir, que se vale de las herejías para contaminar y encharcar y dividir a los católicos en la Iglesia pero él, no es un hereje, ni un apóstata, ni un maldito que llena de basura política y relativista la Casa de Dios. Ah, oiga, pues muy bien. NO he entendido nada. Pero no se preocupe, tampoco importa. Que le vaya bien.



    Bate

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    1. «...él, no es un hereje, ni un apóstata, ni un maldito...»

      Insisto en lo afirmado: a Bergoglio le queda grande el apelativo de hereje. Es demasiado pedestre su sesera como para tanto. No dije que no fuera un apóstata -aunque para ello habría que haber tenido el don de la fe alguna vez, y no sé si es el caso de Bergoglio: imposible compulsarlo. Lo de maldito también se lo concedo, mientras no sea en la acepción de "condenado", por el mismo motivo aducido en el párrafo que habla de Judas. Bergoglio todavía no completó su parábola vital.

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    2. ya, ya...muy pedestre su sesera, pero ha llegado a Roma desde el fin del mundo. Y usted no. Yo tampoco, pero ni ganas, ni condición.
      Respecto a que "no completó su parábola vital" es su falta de fe , lo que determina esto, nada más, dado que el chunguísimo de su compatriota es el Falso Profeta , precursor del Anticristo, ambos arrojados por Dios al estanque de fuego. Por muchos argumentos que se les den, aunque muertos se les aparecieran, no creerían, han tenido y tienen ustedes a los profetas, y no les creen, y los persiguen y ridiculizan. No, Cristo que viene no encontrará fe en la tierra, y sí montañas de ideología y pensamiento humano. Hombres que se creen dioses, y que hacen su política y su literatura adolescente en la Iglesia.
      Señal- otra- ,de que va usted por mal camino, es que a Ludovicus le agradó el artículo.


      Fiomena de Pasamonte

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    3. Filomena, resuélvame una duda muy mucha: ¿es usted una de esos profetas a que alude, o simplemente una demente?

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    4. Don Flavio no pierda el tiempo, Filomena no es ni lo uno ni lo otro, solo una pesadilla, como "el olor a pescadero" su compinche,,, Dios los cria y ellos se juntan, que decimos en mi tierra. Ni caso.

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    5. Mire señor Infante, usted y todos los que llevan páginas tradicionalistas, están acabados. Mejor le sería, retirarse y dedicarse a la oración y a la penitencia. Haga lo que quiera, simplemente usted se dará cuenta un día.

      Antes de eso, vigile usted sus nervios, están muy alterados.


      Filomena de Pasamonte

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    6. Filomena se ha ganado un lugar en el paraiso de ls caraduras

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    7. Sin quizás Bate, me ha gustado, me ha gustado muchísimo. Lo he encontrado sencillamente impresionante en cuanto dice la Verdad, dando cuenta de todo el entremado en el que estamos sumidos unos y otros.

      Y vamos a lo de siempre.

      Sobre la renuncia de Benedicto XVI pueden haber diversas hipótesis como acertadamente dice Flavio, pero como desconocemos exactamente lo sucedido, mal nos pese, Benedicto XVI "dimitió" como dijo el P.Santiago Martín en una homilía al respecto.

      Mientras no se demuestre lo contrario, el cónclave en que salió elegido Francisco es válido. Por lo tanto Francisco, nos guste o no, es el Vicario de Cristo. La Iglesia a través de muchos años ha ido de mal en peor; no es Bergoglio un verso suelto, es el resultado final de una caída en picado y el que ha abierto la caja de los truenos. Sí añadimos que es una persona atípica y chocante como Papa, que carece de muchas cosas y le sobran otras muchas, tenemos el lío y la confusión a prueba de bomba. Y en eso estamos.

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    9. Otra cosa, doña Maite C., decir de Bergoglio que es el Vicario de Cristo como hace usted, es una gran blasfemia. De que la ceguera que tiene pueda ser eximente, lo dejamos al Juicio de Dios.

      Filomena de Pasamonte

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    10. Le publico este último comentario, Filomena, censurando el anterior, que dirige a la misma persona. Pasa usted de la argumentación ad hominem al juicio más temerario con una celeridad francamente admirable. Pero como no estoy de acuerdo en admitir que la religiosidad deba convertirse en un capítulo de la psiquiatría, me reservo el derecho de hacerle un espacio en este blogue, que bastantes desvelos me cuesta como para entregarlo a la ruina así porque sí. Dios la asista. Saludos.

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    11. La comentarista de más arriba a quién "alguien" llamó "Julita Torquemada" en el blog de un buen y estimado amigo, bien calada la tenía.

      Aparte de su mala educación y ausencia total de modales, tiene Vd. el nivel cultural bajo mínimos. Debería instruirse antes de escribir, pues usa una palabra inadecuada a la par que altamente ofensiva, ya que decir que Francisco es el Vicario de Cristo (nos guste o no) es una verdad y una realidad, pero JAMÁS una blasfemia.

      Aquí tiene Vd. la primera y última lección:

      Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española

      Blasfemia.

      (Del lat. blasphemĭa, y este del gr. βλασφημία).

      1. f. Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos.
      2. f. Palabra gravemente injuriosa contra alguien.

      La perdono por que no sabe lo que dice, pero sí le aconsejo busque un buen y santo sacerdote. No lo demore, la urgencia apremia.

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    12. injurioso es bergoglio con nosotros

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  4. "Bergoglio, bien vistas las cosas, es un oportunista que se vale de unas cuantas tesis implícitas, impuestas éstas sí por auténticos ideólogos de la religión o «herejes».
    Quien aprueba o hace suya o no combate la herejía, entonces se hace él hereje también. ¡Y en ese cargo que ocupa que debería ser todo lo contrario! Porque si es un "oportunista" que "usa" herejías de otros por no tener sesera para crear las suya propias, se hace hereje también. Los protestantes que nacen en un ambiente protestante aunque no sean Lutero o Calvino o no tengan sesera o no sean directamente responsables de herejía, son herejes también.
    Es mi idea aunque yo tampoco tengo mucha sesera...
    Sds.

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    1. Bah, amigo. Esto significaría sencillamente que hay naciones enteras de herejes, lo que sería una enormidad suponer, conocidas las limitaciones del común. ¡Patrañas! Los herejes tienen nombre y apellido, y sus seguidores (directos o de generaciones posteriores) serán engañados, envenenados por el error, desviados de la recta doctrina o lo que se quiera, pero no herejes -si vamos a hablar con propiedad.

      Desisto proseguir esta discusión bizantina. Lo que creo altamente reprensible -y es lo que motivó mi artículo- es que, nunca bastante saciado el propio furor en quien es su principal e impune acreedor (que no está en nuestras manos saciarlo, pues el Juicio último no nos pertenece), se acabe por disparar nada menos que contra quienes vienen siendo perseguidos por los obispos felones. ¿Qué es esto? ¿La síntesis de los opuestos en una insospechada causa común? En esto estriba el peligro del dialecticismo.

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  5. Todo cuerpo requiere una cabeza, todo movimiento un líder que dependiendo del caso y circunstancias puede precederlo o no. Alguien que comete herejías es un hereje. Alguien que comete apostasía es apóstata al igual que alguien que comete asesinato es un asesino aunque sea el campeón de la caridad o filantropía entre los pobres.
    Bergoglio se configura indudablemente como esa cabeza, la de un movimiento pútrido que desde mas o menos 50 años formalmente asola la Iglesia. Si será o no la testa principal citada en la profecías no lo sabemos, pero sin dudas es una de la de los apóstoles de aquel Otro a quién ya reciben con algarabía en el lugar santo mientras rechazan a Cristo mismo.
    Por ello es que no solo es necesario alertar sobre su condición de lobo sino también poner en duda sus credenciales, las cuales, amigo Flavio son muy endebles.

    In Christo.
    Jack the Ripper

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  6. estos Belarminos del tic y el retintín...

    Jajajjj tal cual. Belarmino hipotizó sobre la posibilidad de un papa hereje ,pero lo hizo con razones.

    Ni se detenga a discutir con estos obsesivos. Aunque parecen reclamar acuerdo entre la palabra y lo que ella designa, en el fondo hacen de todo una cuestión de palabras, son nominalistas sin saberlo. Y para colmo ya estuvieron en Armagedón.

    Atte. H.M.

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  7. Le felicito, su artículo lo merece, siempre es agradable encontrar un oasís en medio del desierto...
    Respecto a Francisco y su intelecto, nada que añadir, salvo que se ha creido su papel, algo que suele suceder a quienes no son más que secundarios.
    Nicolás, superior de la orden, mueve los hilos... le invito a descubrir su perfil.

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  8. ¿Ve usted, don Flavio? Sus lectores hemos tomado el artículo por una invitación a morder y devorar.

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    1. Cosa de veras lamentable. Tendré que musitar resignadamente, con Felipe II después del desastre de la Invencible: «no he mandado mis naves a luchar contra los elementos»

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  9. Yo miro alrededor y, dejando al margen la morralla progresista, sólo veo buenos cristianos dejados de la mano de una Jerarquía mediocre, cobarde y mundanizada. Y me da mucha rabia, porque ¡qué buenos vasallos, si tuviesen buen señor!
    Parafraseando al ínclito Escrivá de Balaguer, estas crisis mundiales son crisis... de pastores. Ya no hay obispos santos. Por lo menos, no que yo conozca. Y eso por fuerza se tiene que notar.

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  10. Del mismo modo que algunas partes del cuerpo tienen que soportar el peso de los pecados de otras partes (incluida la cabeza), el peso del pecado del mundo debe soportarlo la Santa Iglesia Católica. Vean quien sufre el peso de los pecados del mundo y sabrán quienes son los Católicos, hijos de la Santa Iglesia y servidores de Jesucristo Señor nuestro.

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  11. El artículo me pareció excelente. Se comprende perfectamente. Algunos y alguna, deberían calmarse un poco y "retocar" sus "discursos de batalla", o leer con mayor atención. No me interesa polemizar. Comprendí el artículo, me parece excelente y le felicito Sr Flavio. Un abrazo. EL APRENDIZ

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  12. Decir que Francisco no puede ser calificado de hereje porque no tiene la inteligencia para "merecer dicho calificativo" es realmente absurdo.

    Guste o no guste, se acepte o no se acepte Francisco es un hereje y apóstata que se burla de unos y otros. Que no lo pueda ver usted don Flavio no quiere decir que usted tenga la razón. Mas sin embargo es libre de externar su opinión.

    En definitiva su postura sede terreno al enemigo, quien una vez identificado no merece sino ser atacado en defensa de la misma Verdad.

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    1. Por supuesto que el no poder verlo no me otorga la razón. La razón está en las cosas mismas, a las que el sujeto debe en todo caso adecuarse.

      No veo el absurdo de que Francisco no pueda merecer el apelativo de hereje a causa de su cortedad. Bergoglio es intelectualmente muy flaco, aunque de una voluntad férrea. Lo poco de inteligencia que posee -merced a esa firme voluntad y a la «vis concupiscibilis» que lo animan- se trueca en astucia, pero nunca en capacidad especulativa. Y ésta, aunque enloquecida por la soberbia, es el fundamento inamovible de las herejías. Un tarado que repita como loro, con desaliño incluso, los errores que otros formularon, no merece ser tenido ni siquiera por hereje.

      Para decirlo de una vez y para siempre, y aunque parezca una enormidad y una paradoja: quizás sea peor esto que estamos sufriendo que la herejía manifiesta. Es mucho más eficaz en la obra de la demolición por ser menos explícito (si cabe serlo menos). Hay un viejo dicho que dice que más dañino es un necio que un malvado.

      Finalmente es su postura, don Anónimo, la que cede el terreno al enemigo, por pecar de imprecisión. Lo mínimo que cabe, para empezar a combatir dignamente, es atenerse al rigor de llamar a las cosas por su nombre, sin tomar atajos. De mi parte, no pienso abandonar esta humilde trinchera, que consiste en seguir nombrando lo que realmente veo: creo hacer con eso algún servicio a la Verdad. Francisco no es precisamente agasajado en este blogue.

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