Epifanía desgraciada la del ser con todas sus riquezas, cuando ha de serlo entre cegatos; testimonio que sólo sirve a ofuscar aún más, como en el drama de la bondad de Jesús visible a los fariseos. Pero sol siempre naciente de su alcoba, signo de contradicción del que unos huyen a soterra y otros reciben con gozo los sus rayos. Drama, drama único y real del hombre en esta vida, cuyo todo cometido estriba en afirmar o negar, y cuya libertad, si fuésemos capaces de justipreciarla, nos impresionaría (en la vastedad de sus perspectivas posibles) como un puro piélago, sin accidentes a la vista. Principio de vida íntima increíble para el distraído, pero principio no menos eficaz para cualquiera. «Mira que yo pongo hoy delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desgracia» (Dt 30,15).
El hombre no trata sino con preexistencias porque el hombre no extrae nada de la nada, sino que punza aquello que se le ha concedido en feudo. Pero su asombrosa facultad de actuar sobre lo dado con plena voluntad y deliberación, imprimiéndole su espíritu y carácter a la materia, su señorío sobre las cosas -en lo que se confirma el ser imagen del Creador- se ve afectado por esta duplicidad que inhiere toda su actuación en el mundo. Se obra pro o contra legem, asegún escoja el hombre en conformidad con su voluntad, y ella lo hace irremisiblemente responsable.
Si algo caracteriza a la modernidad es la embriaguez del poderío, tanto que vio surgir fenómenos tan característicos dentro de un arco tan vasto de aberraciones como el consumismo y la manipulación de embriones humanos, inter alia. Si la antigüedad conoció la expansión imperial y la Edad Media un Sacro Imperio concebido como una confederación de naciones cristianas, el imperialismo en sentido estricto -si hacemos abstracción del Islam- se revela como un fenómeno eminentemente moderno, punto menos que los totalitarismos. Ahora bien: esta hiperbólica voluntad de potencia, por su desorden intrínseco, incide negativamente sobre el ser al establecer una polarización hostil entre conciencia y res extensa, para decirlo en términos comprensibles a la filosofía moderna. Es la catástrofe inmanente, esa «catástrofe de la realidad manipulada falazmente» (en palabras de Guardini, o similares) que constituye todo el lucro que puede obtener el hombre picado de esta hybris.
Y es el trato más desaprensivo que podía brindársele al no-yo, y es el máximo destrato. «El infierno son los otros», según se sinceró Sartre. Pathos tan sombrío ya afectó, por si no nos hubiésemos enterado, a la mismísima Iglesia, cuya Jerarquía, no contenta con modificar innecesaria y aun ilícitamente las cosas que son de dominio eclesiástico (como se lo ha hecho con el Misal), se mete incluso con las que son de derecho divino, tal como viene anticipándose sin rubor respecto de la comunión prevista a los adúlteros. Es la Iglesia adúltera que se reconoce en sus pares y los premia, tiznando plenitud con menoscabos por el acuoso recurso a una misericordia que es su parodia cruel.
Nuevo: he aquí la palabra-talismán de la modernidad, alusiva en principio a una mera cualidad adjetiva, pero que en verdad versa sobre la voluntad desaforada de poder, del deshacer para rehacer a gusto, del saborear la extensión del libre arbitrio hasta las heces. Modernidad que se apropia sin más ni más del ecce nova facio omnia (Ap 21,5) que sólo Uno puede, en rigor, pronunciar. La Iglesia, encandilada por ese mundo al que ya desiste expresamente de evangelizar, no quiere ser menos que él y está presta y solícita para trocarlo todo en su contrario. Así, al cura de campaña que osó recordar que «para la Iglesia, que actúa en nombre del Hijo de Dios, el matrimonio entre bautizados es sólo y siempre un sacramento» y que «quien se pone fuera del sacramento contrayendo el matrimonio civil vive en una infidelidad continua», pues «no se trata de un pecado ocasional» pasible de arrepentimiento y enmienda, por lo que no puede permitírsele la comunión, el secretario general del Sínodo, cardenal Lorenzo Baldisseri, lo desairó públicamente tildando sus palabras como a «una locura, una opinión estrictamente personal de un párroco que no representa a nadie, ni siquiera a sí mismo».
«¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal!» (Is 5,20). La tempestad arrecia hasta el naufragio, y ejemplos como el citado cunden hasta el hastío. Bien se ha dicho que la agonía del Señor en Getsemaní fue provocada por la visión subitánea de todas las deserciones y traiciones de los suyos, del nulo provecho que muchísimos obtendrían de su Sacrificio: y se habló hasta del hastío del Redentor en esa hora. El mismo hastío que no debe sino provocarle el permanente escándalo de un Papa que no quiere ser más que Obispo de Roma, que en su deposición escrita arrima el sofisma de que «dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado» (Evangelii gaudium, 32), que recientemente nos hizo saber que, aparte de la obvia referencia al de Asís en el nombre que se impuso como pontífice (sin dudas más alusivo al Francisco de Renan, que no al de Celano o al de Buenaventura), Celestino V viene a ser su ulterior modelo. Se trata, nótese bien, de aquel Papa que renunció al pontificado apenas transcurridos cinco meses de su elección, colui che fece il gran rifiuto, según Dante. Se trata de enaltecer al papa que no quiso ser papa, es decir: de dorar la aventura de no-ser. O bien: de la atracción de la nada.
Jesús es tentado por el diablo, Gustave Doré |
Que la Iglesia estaba severamente afectada por aquel mal que nuestros paisanos conocen como lumbrí (es decir: la parasitosis, la burocratización del ministerio sagrado, que hace del sacerdote un paniaguado de la función cultual) era cosa archisabida. Pero la infestación es mucho más grave aún, tanto que devino un remedo grotesco de la Inhabitación a cargo de un agente sibilino y sibilante, como de sierpe convidada a aposentarse en los reales dominios que no son los suyos. El famoso «humo de Satanás» discurriendo en meandros, como el intestino tomado por lumbrí, y tan interno y enquistado como expresivo en pésimos frutos.
Jesús define a Satanás como "el padre de la mentira", pero le permite pavonearse de aquello que le ha sido dado, es decir "todos los reinos del mundo": "Te daré el poder y la gloria de todo eso...Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo" Lc 4, 5-7.
ResponderEliminarLa mentira no sólo es contraria a la verdad, sino que siendo la Verdad -con mayúsculas- la única realidad que tiene su fundamento en Dios, "sólo la Verdad es": ¡¡YO SOY!!.
Es facíl comprender que la mentira "no es", por eso Jesús define a Satanás cómo el que "NO ES", y todo aquello que cree tener y de lo que se jacta, "tampoco es", por lo tanto quienes le escuchan, le siguen o adoran, sólo se postran ante "la nada", y cómo Isaias 26, 18 .." concebimos, nos retorcimos, dimos a luz..viento; nada hicimos por salvar el país, ni nacieron habitantes en el mundo".
Así es esta nueva Iglesia de Francisco: "viento y humo" para el consumo, y muy pronto "ecologista", todo menos "confirmar en la fe a sus hermanos", pero para ello hay que haber escuchado del Señor: "..y tú cuando te hayas convertido.."Lc 22, 32.
Aún esperamos que pida perdón por negar la existencia de "un Dios católico", no al mundo, que es mentiroso, sino a "los católicos", sus hermanos a quienes debería confirmar.
Lo del cardenal apercibiendo al cura que enseña la recta doctrina... Qué más decir!
ResponderEliminar"Es que los clérigos de la Iglesia Católica están hoy, en su gran mayoría, muy cómodos en el Mundo Moderno. Recordarles las profecías apocalípticas, recordarles el anuncio de la Gran Apostasía, de la destrucción de la Babilonia Capitalista, la Gran Tribulación... esto es, propiamente, 'escupirles el asado' " (F. Mihura Seeber)
Hemos de tener presente y aceptar que el catolicismo tal como lo hemos conocido ya no existe. Solo subsiste en las catacumbas de pocas mentes fieles. Mas, repasando la historia, no sorprende constatar los mismos eones históricos : triunfalismos de conveniencia para quienes aman el poder, a fin de permanecer en el. Siempre ha sido así. Para estos, los Santos, los clérigos fieles y herejes son desecho a quienes embolsan juntos y destinan a un infiernillo con el rubro de LOCOS.
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