la religión del Dios que se hizo hombre se encontró con la religión del hombre que se hace Dios ¿Qué sucedió? ¿Una lucha, una batalla, una condena? Podría haber sido así, pero no sucedió. La antigua historia del samaritano fue el paradigma de la espiritualidad del Concilio. Un sentimiento de simpatía sin límites lo impregnó todo.A cincuenta años de aquel hito verbal, sucedido por las más olímpicas reculadas que podían ensayar los alzacuellos ante las corbatas, las iglesias vienen siendo regularmente profanadas por escuadrones del Mandinga que abogan por una mayor profundización del laicismo, y la "simpatía sin límites" de Montini es correspondida con escupitajos e insultos. No se puede negar que a estos malditos los asista alguna razón: les repugna una Iglesia que deja languidecer esa fe que «los asombra y desespera», porque en su aburrimiento secular preferirían batirse con cruzados que los muelan bien a palos, o al menos que les desbaraten con afiladas razones el aparato de pamplinas que las ideologías les dejaron por legado. Así como nosotros ansiamos esa gloria supereminente que tenemos prometida, ellos podrían desear esa fe incomprehensible si notaran al menos sus efectos entre nosotros. Pues tanto como a su propio y aherrojante hastío odian la tibieza en nuestras filas, y se entiende que así sea: ésta, siquier por reflejo, los condena a irremisible desesperanza.
Pero estas comprobaciones evidentes por sí mismas, capaces de afectar todos los cinco sentidos externos, no hacen mella alguna en la bien posicionada Jerarquía, que continúa extenuando su ralliement quién sabe con miras a ocupar qué lugar de privilegio en el inminente naufragio. Ahí les darán a probar su adobada democracia... Como al secretario general de la revesada orden de los Franciscanos de la Inmaculada, padre Alfonso Maria Bruno, quien, refiriéndose al encuentro entre Francisco y el recientemente electo presidente italiano Sergio Matarella y a la colaboración entre los dos Estados, augura «un Tíber más estrecho» pues «nos asiste una concepción del bien común que está por encima del ser laicos o católicos, hombres de Estado u hombres de Iglesia, para ser -integralmente y simplemente- hombres». Que no se sienta tan seguro: bien decía Kierkegaard -y sujetos como el padre Bruno lo comprueban hasta la fatiga- que todo el drama del hombre moderno consiste en haber olvidado lo que significa ser hombre.
Lo que no debe seguir posponiéndose es la defenestración de elemento semejante, al precio de que se cumpla la amenaza de los terroristas islámicos de convertir la basílica de San Pedro en establo para sus animales. Porque éste es el término obligado de tantas concesiones a la jerga democrático-laicista, de tanta sonrisa cómplice al ministro masón de turno. Dicen que en el silencio recogido de la oración puede advertirse el paso modulatorio del «¿hasta cuándo?» que los mártires dirigen al Señor clamando por la consumación de su obra (Ap 6, 10) al «¿hasta cuándo?» mudado en catilinaria cada vez que éstos vuelven el rostro hacia Francisco.
Quousque tandem abutere, Francisce, patientia nostra? |
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