Unas pocas consideraciones al vuelo -relativas apenas a lo que podría llamarse "rasgos de estilo"- ya que la administración de este espacio nos obliga ingratamente a detenernos siquiera un rato en unas páginas que no son para leídas ni que sea bajo amenaza de fusta. Primero: la profusión de obviedades, como en aquel nº 22 que incorpora al magisterio la lección de ciencias naturales de tercer grado: «las plantas sintetizan sustancias nutritivas que alimentan a los herbívoros; éstos, a su vez, alimentan a los carnívoros, que aportan importantes cantidades de desechos orgánicos, los cuales dan lugar a una nueva generación de vegetales». Una risueña selección de obviedades de este tipo, con sus merecidos cáusticos comentos, puede leerse en The Wanderer. Segundo: los imprevistos saltos de tono, como cuando después de describir con el más parsimonioso recurso a los lugares comunes los problemas de los países subdesarrollados al momento de afrontar las catástrofes telúricas y la deuda externa, prorrumpe en románticas expresiones del tipo de «estas situaciones provocan los gemidos de la hermana tierra» (53). Tercero: la fumosa impronta panteísta, como en pasajes (67) como aquel en el que, en referencia al libro del Génesis, se recuerda el mandato de «cultivar y custodiar» el jardín del mundo. «Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre ser humano y naturaleza», sic, como si la naturaleza, así, en general, estuviese dotada de espíritu como el hombre -único éste entre los seres, en rigor, dotado de responsabilidad. Todo el texto, pese a las inevitables concesiones a la dignidad peculiar del hombre, rezuma este vaho panteísta que hace del hombre un ser más entre los seres. Cuarto: el altruísmo inmanentista, como cuando, al tratar del episodio de Caín y Abel y el primer homicidio, concluye: «soslayar el deber de mantener una relación correcta con el prójimo, hacia el cual tengo el deber del cuidado y la custodia, destruye mi relación interior con mí mismo, con los demás, con Dios y con la tierra» (70). Como se ve, Dios aparece en tercer lugar, recién después de mí mismo y el prójimo y apenas antes de la tierra, lo que podría justificar una reversión del orden del doble mandato, ahora a enunciarse así: «amarás al prójimo como a ti mismo y al Señor tu Dios con todas tus fuerzas». Por lo demás y en estricto rigor, consta que el desorden de Caín comenzó por su desordenada relación con Dios, a quien le ofreció un sacrificio no acepto.
Esto, sin el menor ánimo de rebasar más que una tercera parte del indigesto: sin dudas lo siguiente debe abundar en no más gratos hallazgos. Hemos leído al pasar, en otras reseñas, que pese a las justificadas y a menudo también obvias críticas al modelo de producción capitalista, la encíclica señala que el derecho natural a la propiedad privada (que la Iglesia siempre sostuvo como inviolable y como garantía de la dignidad del hombre) debe subordinarse a la "función social" y a los "derechos de los desposeídos", lo que implica la eventualidad de tener que negar este derecho. Ya sabemos a cuántos siniestros despojos y a cuánta granjería de burócratas condujo la impostura marxista para que nos vengan con este cuento. También se ha notado el aparente contrasentido en deplorar las políticas antinatalistas impuestas a los países pobres con el tributo implícito a Jeffrey Sachs, neo-malthusiano de cabecera de Francisco y apóstol de la llamada "salud reproductiva" y del derecho al aborto, e impulsor de la indemostrable hipótesis de la causalidad humana en el presunto «cambio climático» (hipótesis que anima de punta a punta al documento). Bien han recordado en Infocaótica que «el Magisterio no tiene competencia en los aspectos estrictamente científicos y técnicos» porque «ni la Iglesia, ni ciencia alguna, puede aportar la solución definitiva de un problema cuyos datos se renuevan constantemente». Resulta por lo menos paradójico que a la Iglesia se le haya endilgado el cargo de haberse supuestamente inmiscuido en discusiones científicas durante el proceso a Galileo (proceso que, en realidad, no versó sobre la teoría heliocéntrica) y que ahora se la inste a tomar parte en las disputas sobre esta materia. Capítulo aparte, en punto a contrasentidos, merece el impulso a una llamada "ecología integral" en la que quepa la continuidad de las migraciones masivas, según consta habitualmente en el demagógico discurso de Francisco.
Horroriza el ver citados como autoridades a Teillard de Chardin y a la «Carta de la Tierra», no menos que aquel parágrafo 175, en el que se repite una escabrosa iniciativa común al menos a varios de los pontificados post-conciliares: «el siglo XXI, mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. (…) Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, "para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, Juan XXIII" (subrayado en el original)». Habida cuenta de que no estamos ya en tiempos del Sacro Imperio, ¿de qué signo puede llegar a ser esa mentada «Autoridad» añorada por los últimos pontífices? (Un detallado comentario a este deseo puede leerse en el capítulo 13 del Apocalipsis.)
Ahora falta esperar la apoyatura cinematográfica de la imagen del Papa eco-paladín, la pantomima del justiciero orbital opuesto a los intereses más desorbitados, los mismos que se esmeran en dorarlo. Por lo pronto ya circula el anticipo, tan ridículo como el sujeto homenajeado:
Hace unos meses publicamos una entrada anticipando lo que Francisco omitirá decir en su encíclica. No era arriesgada la predicción, se entiende, que el rey está desnudo desde su primera aparición pública, pero allí -entre otras omisiones cantadas- se recordaba la necesidad de recuperar el concepto clásico de naturaleza, entendida no sólo unívocamente como el «conjunto de todos los seres creados» sino también como «esencia en tanto principio de la actividad», lo que implica reconocer las leyes inherentes a lo real -incluidas las leyes morales, que signan como contrarias a la naturaleza a las aberraciones sexuales, tan sistemáticamente soslayadas por Bergoglio. La difusión de Laudato sii confirmó las peores expectativas a este respecto.
En la primera encíclica de la historia no dirigida, según es uso, «a los obispos, el clero, los religiosos y fieles en general» sino más genéricamente «a todas las personas de buena voluntad», aquel mismo que detenta el cargo de Sumo Pontífice llega a preguntarse: «¿por qué incluir en este documento [...] un capítulo referido a las convicciones de fe?» (62). Apaga y vámonos, que esto ya es el mundo al revés, y la principal entre las especies en extinción es la fe misma.
La «cultura del descarte», frecuentemente censurada en el texto, resulta el sustrato mismo de una encíclica -como era previsible- descartable. Un desecho, un detritus al que no le cabe ni siquiera el mezquino honor del reciclado.
Estimado, a mí lo más escandaloso de todo me parece las últimas dos oraciones compuestas por el personaje: una para consumo de cristianos, y otra para consumo de todos los "creyentes en un sólo Dios creador". Increíble.
ResponderEliminarNo las leí aún. Usted tuvo el coraje de llegar hasta el final -o bien tuvo el buen recaudo de empezar el indigesto de atrás para adelante. De lo que se trata, ya desembozadamente, es de ofrecer una religión más universal que la católica.
EliminarTendría que haber terminado la encíclica con el Credo del incrédulo,de Castellani:
Eliminarhttp://www.statveritas.com.ar/Varios/Castellani-01.htm
Copia de un comentario del blog de Ex Orbe:
ResponderEliminarLa próxima Encíclica versará sobre el estilo de vida vegetariano... Se prevé un gran debate ecuménico entre los partidarios del "veganismo" (abstención total de alimentos de origen animal) y los que aceptan la leche, lácteos y miel dentro del estilo de vegetariano. La Encíclica tendrá un Anexo con recetas de cocina. Estará escrito en Esperanto: el idioma universal del universo, para que todos puedan leerla y entenderla. Y si compras cinco ejemplares de la Encíclica, gratis un CD con vídeos de "Francisco en la cocina", con las manos en la masa.
Luis BCN
asco, esto ya sobrepasa todo y no da para mas, ni para tomárselo a la chacota.....
EliminarEn realidad sí es para tomárselo a la chacota. No lo sería si ese despreciable sujeto que funge de papa, lo fuera. Pero hay que tomarlo como de quien proviene. Por supuesto es sumamente grave para el conjunto de católicos distraídos que a bazofias como ésta la toman en serio creyendo que proviene de la Iglesia verdadera.
EliminarPues no, no es para tomárselo a la chacota. Es bien serio y grave el tema. A la chacota se lo toman los modernistas podridos que no les importa que se desperdicie la Sangre de Cristo.
EliminarLa iglesia de Tagbha, situada en las inmediaciones del Mar de Galilea y donde la tradición católica sitúa el milagro de la multiplicación de los panes y los peces de Jesús, amaneció con parte de sus instalaciones afectadas por el fuego.
ResponderEliminar"Durante la noche se produjo un incendio en la iglesia del Mar de Galilea" hasta donde se han desplazado los servicios de emergencias, comunicó el portavoz de la policía israelí, Micky Rosenfeld.
También reveló que se han descubierto pintadas en hebreo en una de las fachadas del templo, lo que hace sospechar que el incendio ha sido intencionado. La policía israelí detuvo a 16 menores para investigar si tuvieron algo que ver con el incendio. El diario israelí Yediot Aharonot señaló que los jóvenes son conocidos por la policía por sucesos criminales anteriores. http://www.clarin.com/mundo/incendio-destruye-iglesia-Jerusalen-sagrada_0_1378062418.html
Estimado Blogger:
ResponderEliminarlamentablemente tuvo Ud razón cuando predijo qué podría decir esta "encíclica". Me parece un lugar común decir "miren quien lo alaba...". Pero de verdad miremos quién lo alaba por este escrito. Es de locos.
Sigo la "doctrina" de ex orbe, no pienso leerla. Ya fue leida por un montón de gente. Es más, casi excomulgan a Sandro Magister por haberla leido y comentado.
Siga con su fructífico apostolado de advertirnos sobre lo que sucede.
Y sí, sería por lo menos una broma de mal gusto que aquellos que siempre han acusado a la Iglesia de inmiscuirse en cuestiones científicas, trayendo el caso Galileo, ahora feliciten esta encíclica y la usen, para su conveniencia, como apoyo a su agenda eco-pagana (generalmente marxistoide).
ResponderEliminarhttp://www.ivoox.com/player_ej_4374427_4_1.html?c1=ff6600
ResponderEliminarla enciclica tiene algunas cosas muy buenas, no necesariamente hay que rechazarla del todo. ya se sabe que bergoglio es cutre, vulgar, ignorante, maleducado, bárbaro y el peor papa en siglos, pero eso no nos debe llevar a una vez mas lo interesante que aporta esta enciclica.
ResponderEliminarLeyendo rápidamente el resumen de la encíclica hecho por Magister, los dos únicos puntos válidos que encontré fueron las críticas contra las propuestas de reducción de natalidad y contra la política de género.
Eliminar