En la Argentina, para esta fecha de 24 de marzo, se celebra un sesquipedálico «Día nacional de la memoria por la verdad y la justicia» en conmemoración del último golpe militar, ocurrido hace hoy cuarenta y un años. Día de una memoria sesgada y falsificada; de una verdad invocada para su provecho y con crasa inconsecuencia por aquellos escépticos que, como Pilatos, de sólito se encogen de hombros ante la sola alusión a esa entelequia de «la verdad»; de una justicia concebida según el método dialéctico que, a imitación de los tribunales de Nüremberg, no se detiene ante las peores irregularidades procesales, con inclusión de falsos testimonios, dictámenes apriorísticos y violación del principio de irretroactividad de la ley (lesa humanidad).
Como frutos de una antropología corrompida, la mente no entenebrecida por la propaganda comprueba con horror cómo se invocan estas nociones para significar su exacto contrario: la amnesia histórica, la mentira más desvergonzada y la más odiosa de las injusticias. Se verifica una vez más la parábola funesta cumplida en el largo tránsito que va del nominalismo (que es para nuestra tradición filosófico-cultural lo que la sofística fue para el alma y el mundo de la Hélade) a la Revolución, que del desdén por el contenido conceptual de las palabras y por la aptitud cognoscente del hombre, pasó a la utilización abusiva de unos términos previamente tenidos, uno por uno, como flatus vocis. Pasa con éstos -hecha abstracción de la corrupción del contenido mental de los términos- lo que para los divorcistas con el matrimonio, según la conocida lección de Chesterton: pese a su aparente desprecio creen tanto en él, que no pueden evitar el casarse una y otra vez. Otro tanto ocurre, según es noto, con el «poder», combatido aun en su calidad de garante de la cohesión social por las izquierdas más anarquizantes... hasta que se enseñorean de él.
Así, tenemos hoy que al saldo horroroso de prolongados secuestros en cárceles clandestinas y hediondas, mutilaciones, muertes a tiros por la espalda o por la detonación de bombas, hombres llevados a la rastra con camionetas por caminos rurales y desollados vivos, niños salpicados por la sangre de sus padres ejecutados en su presencia cuando ni siquiera llevaban armas para su defensa, a este saldo multiplicado por miles de casos se añade la exaltación de sus agentes, elevados a la categoría de héroes y copiosamente indemnizados -si sobrevivientes al plomo- por la justa prisión padecida por aquellos años. Y al encarcelamiento compulsivo y sin garantías de todos aquellos que formaron por aquellos años los cuadros medios de las fuerzas armadas y de seguridad, en una biliosísima planificación de la venganza. Vuelve a constatarse lo obvio: la izquierda, a expensas de un programa a reivindicar, puede omitir tranquilamente la moralidad de sus actos. Combatir a la «oligarquía» y a los poderes hegemónicos justifica los crímenes más abominables, y el peor de los psicópatas acaba siendo aclamado como un prócer. Nada de extrañar, por mor del método dialéctico, este desdén hacia la valencia moral de sus acciones: si de lo que se trata, en ese tránsito jamás verificado en la experiencia histórica marxista hacia la sociedad sin clases, es de derrocar a una oligarquía para sustituirla por otra (dictadura del proletariado, o más bien del «politburó»), esto comporta ante todo un choque de voluntades, que no un intento de remitir la herida vida civil a su fundamento racional. La razón está de más.
[Un caso soft pero no menos elocuente de esta aberración crónica padecida en nuestras latitudes es el del "Indio" Solari, cantor de rock anti-sistema que ofrece recitales masivos en ciudades del interior, a razón de uno por año, con saldo a cuál más luctuoso. Hace dos semanas, en Olavarría, ciudad de cien mil habitantes en la provincia de Buenos Aires, logró congregar a un número de espectadores que, aunque arduo de estimar, no bajaba de trescientos mil -y quizás superara el medio millón, según otras estadísticas- en un predio apto para no más de ciento cincuenta mil personas. Para el inane orgullo de organizadores y participantes, parece que se logró conformar el "pogo más grande del mundo", ese entrevero sudoroso y ondulante de carne humana condensada como en racimos de vermes. La bacanal de masas dejó la cifra de dos muertos y una veintena de desaparecidos que fueron reapareciendo en el lapso de una semana o más, perdidos a cientos de kilómetros de sus hogares en algún pueblo de provincia, aún aturdidos y confusos, en la más completa deriva. A la par que se registraban robos entre los mismos asistentes, destrozos en la ciudad hospedera, evacuación del público en camiones de basura y de ganado, etc., el convocante se retiraba en su avión privado con una recaudación de poco más o menos diez millones de dólares, obtenidos por la eficaz ecuación entre el valor suficientemente caro de las entradas y la política de reducción de gastos en concepto de seguridad, médicos, etc. Con los Kirchner pasa algo parecido: a los ojos de sus fanáticos, el oportunismo y la impostura parecen recomendarlos, y se les perdona de grado la desaforada libido possidendi mientras contribuyan a la definitiva liquidación del orden inherente a las cosas. Éste es el principal enemigo a abatir, que no la «oligarquía». El resultado ya denota algo más que una patológica disposición a querer ser engañado, encarnada nada menos que por una multitud -lo que no es poco. El resultado es el culto masivo de la mentira, lo que constituye un fenómeno del orden de lo demoníaco.]
Muy en línea con las perversas premisas de la hora, haciendo profesión pública de pusilanimidad y tomando a sus propios terrores por otros tantos consejeros, nuestros prelados se han especializado a suficiencia en no oponer el debido testimonio cristiano al mundo y sus patrañas. Esto, en lo tocante a la novísima acepción de «memoria» (y muchas otras, según la mitología en boga) resulta tan claro como el agua. Nadie puede argüir inexperiencia de los hechos históricos: ya desde los días de franca irrupción del espíritu católico-liberal, hace casi ciento cincuenta años, dom Guéranger recordaba que «en medio de la disolución general de las ideas, solamente el aserto, un aserto firme, denso, sin mezcla, podrá hacerse aceptar. Como en los primeros días del cristianismo, es necesario que los cristianos impresionen a todas las miradas por la unidad de sus principios y de sus juicios. No tienen nada que recibir de ese caos de negaciones y de ensayos de toda clase que atestiguan bien alto la impotencia de la sociedad presente», lo que no obstó para que en el siguiente siglo se ensayara con la democracia cristiana. Igualmente lejos de la sapiencial admonición del de Solesmes, la asimilación sin condiciones de la jerga y de los postulados del enemigo se prolonga ahora en las directivas más descaminadas, como en el reciente caso del arzobispo de Tucumán, monseñor Zecca, quien para desagraviar a la Virgen y al Niño Jesús, ambos objetos de repugnantes blasfemias a instancias de hordas feministas en aquella ciudad, convocó nada menos que a un «festejo» procesional, en inaudita e increíble réplica a los endemoniados agresores. Esto ya es ir más allá de la cobardía: se diría que el miedo a confrontar les ha tocado los sesos, llenándolos de un contenido totalmente dislocado, más o menos como aquel alquimista que para curar una herida cortante recomendaba ungüentar no la piel sino el arma que había producido el daño. A despecho de monseñor y para defender el honor de Nuestra Señora, no faltaron unos pocos católicos que, atentos al desquicio de ambas orillas, opusieron su milicia a la múltiple malicia.
Es desolador notar cómo, a través del vaciamiento conceptual de las palabras, se alcanza a vaciar de humanidad a los hombres, resueltos con agrado a ser apenas zombis. El del término «memoria» es un caso ejemplificador. Identificado estrecha e indisociablemente por los antiguos con la noción de «inteligencia» (tanto que san Agustín, en su De Trinitate, consigna la clave de una metonimia que hoy nos resultaría casi inescrutable, al afirmar que «mens pro memoria accipitur»), su pérdida o sustitución debía suponer la caída del sujeto en el abismo de la amencia. Hoy la mente, se tome ésta por «intelecto» o por «memoria», resulta más bien el asiento de una emergente voluntad inferior, apetitiva. Y en atención a ésta se configuran la política, los contenidos escolares, la publicidad y la propaganda, la legislación. El piloto que aún se debate en este naufragio universal sabe, a la hora de abordar la conmemoración cívica de la «memoria» y otros fetiches verbales, que cuenta con una única clave hermenéutica: la antífrasis.
viernes, 24 de marzo de 2017
miércoles, 22 de marzo de 2017
AMORIS LAETITIA: A UN AÑO DE SU PUBLICACIÓN
-LA DESTRUCCIÓN DEL MATRIMONIO Y LA ABOLICIÓN DEL PECADO A TRAVÉS DE LA FALSA MISERICORDIA-
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Flor que medra en las márgenes del Aqueronte |
Con su segunda e interminable[1] Exhortación
Apostólica -que contiene 58.000 palabras-, llamada Amoris Laetitia[2] (« la
alegría del amor »), publicada hace exactamente un año, y que alguien llamó, con un
toque de humor sarcástico, pero no desprovisto de razón, Los amores de Leticia[3],
Francisco alcanzó incontestablemente una nueva dimensión en materia de
iniquidad, a punto tal que fue precisamente a partir de este texto que
comenzaron a hacerse oír tímidamente voces críticas hacia él entre los miembros
« conservadores » de la jerarquía conciliar.
Con este documento pretendidamente magisterial
Francisco llevó a su término el prolongado y maquiavélico proceso de subversión
ideológica que condujo a su publicación, el cual comprende principalmente los
dos Sínodos de los Obispos de 2014 y
2015, a la vez que una cantidad apabullante de textos e informes indigestos,
repletos de toda suerte de omisiones, de ambigüedades, de manipulaciones, de
falsedades y de medias verdades.
Habida cuenta de la longitud sin
precedentes de este documento, hábilmente concebido con vistas a diseminar toda
suerte de errores y de bombas de relojería en múltiples esferas de la fe y de
la moral, y no solamente en lo que concierne a la admisión de los
« re-casados » a los sacramentos, como se suele creer
equivocadamente, me contentaré con presentar algunos extractos particularmente
nocivos.
Nada más empezar, Francisco fija el tono
del documento, aboliendo literalmente el papel del magisterio en provecho del
relativismo doctrinal erigido en única regla:
« Recordando
que el tiempo es superior al espacio, quiero reafirmar que no todas las
discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con
intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una
unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes
maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias
que se derivan de ella. […] Además, en cada país o región se pueden buscar
soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos
locales, porque «las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio
general [...] necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado » § 3
Aquí Francisco no sólo nos surtió su insistente ocurrencia gnóstica
según la cual « el tiempo es superior al espacio », sino que, para colmo, tuvo
la inverosímil osadía de hacernos saber, empleando un tono condescendiente, que
él pretende « recordárnosla », como si fuese un artículo de fe, cuando se
trata, en cambio, de una perfecta novedad que él fue el primero y el único en
enunciar en 2000 años de historia del cristianismo, y que no es más que una
aberración filosófica completamente desprovista de sentido, a no ser desde una
perspectiva evolucionista.
Francisco había lanzado esta idea por primera vez en Evangelii Gaudium[4].
Me permito reproducir íntegramente el pasaje ya que esto nos permitirá
adentrarnos en su pensamiento gnóstico. Al mismo tiempo, si se toman las cosas
con una dosis de humor, estoy persuadido de que podrá apreciarse el momento de
sana distensión que puede propiciar la risa ante una jerga tan ampulosa. He
aquí esta auténtica pieza de antología, pero ¡cuidado con el mareo!
« Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud
provoca la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone
delante. El tiempo, ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como
expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite
que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la
coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía
que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer
principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior
al espacio. » § 222
¿Cómo? ¿Que no es suficientemente claro?
¡Vamos, un pequeño esfuerzo, por favor! Bueno, de acuerdo, comprendo que no es
tarea sencilla descifrar el lenguaje hermético de un modernista consumado, por
eso he procurado componer una paráfrasis de este texto « magisterial » para
facilitar la penetración de sus arcanos:
« Hay una plenitud entre la tensión bipolar y el límite. La voluntad de
plenitud provoca la posesión del límite que es como un muro puesto ante
nosotros. La plenitud, en sentido lato, hace referencia al horizonte que se
expresa, mientras que el momento es la expresión de un espacio que está allí.
Los ciudadanos tienden a la experiencia que se despliega a la luz del tiempo en
el momento preciso en el que la condición de un horizonte más vasto nos lleva
hacia la utopía que nos atrae como causa final. Es aquí que surge un pueblo
para construir el principio que nos permite avanzar: el espacio se abre en
dirección al tiempo que ilumina. »
¿De veras? ¿Que aún
no se entiende nada? Pues bien, ¡a no preocuparse! Un pequeño taller consagrado
al idealismo alemán, y todo se volverá más claro que agua de manantial.
Retomando la seriedad, debe tenerse en cuenta que esto se presume un texto
magisterial que expone verdades de fe contenidas en la revelación. De hecho,
con esta jerga críptica digna de un filósofo hegeliano, Francisco alude al
proceso evolutivo de la conciencia humana que se despliega en el tiempo,
orientado infaliblemente hacia el término que lo atrae a modo de causa final, y
que no es otro que el famoso Punto Omega o Cristo Cósmico de su
maestro panteísta Teilhard de Chardin. Este Punto Omega representa la
etapa final en el desarrollo de la conciencia surgida de la materia, hacia el
cual se dirige el universo, y en el cual se consumará la unión total del
hombre, del mundo y de Dios.
En el párrafo
siguiente Francisco explica el sentido de su falso principio: se trata de un
proceso evolutivo necesario e ineluctable que se despliega en los
acontecimientos de la historia humana. Esta noción es el fundamento ideológico
del « progresismo » marxista e implica una visión monista de la realidad, sin
espacio alguno para la libertad ni la trascendencia divina. Tendremos la
ocasión de volver a referirnos a esto a continuación. He aquí el texto:
« El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones
de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de
privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran
a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en
importantes acontecimientos históricos. » § 223
Pero volvamos al § 3 de Amoris
Laetitia. Después de haber recordado el principio absurdo según el cual «
el tiempo es superior al espacio » -principio que será por cierto difícil de
olvidar-, Francisco nos explica que en la Iglesia es necesario conservar la «
unidad de doctrina », pero que « esto no
impide que subsistan diferentes interpretaciones de ciertos aspectos de la
doctrina ». Para entender cómo pueden sostenerse estos principios
contradictorios en una misma frase, no se debe perder de vista que el principio
de no-contradicción no tiene estrictamente ningún sentido para quien adhiere al
principio de la evolución, según el cual los conflictos, las crisis y,
justamente, las contradicciones, constituyen el verdadero motor del progreso,
el dinamismo dialéctico que hace posible el ascenso progresivo del espíritu
humano hacia la conciencia absoluta, es decir, hacia la divinización. Una vez
introducidos el pluralismo y el relativismo doctrinal, nadie se sorprenderá si
Francisco se permite proferir palabras tan desconcertantes como éstas:
« […] se puede
acoger la propuesta de algunos maestros orientales que insisten en ampliar la
consciencia, para no quedar presos en una experiencia muy limitada que nos
cierre las perspectivas. Esa ampliación de la consciencia no es la negación o
destrucción del deseo sino su dilatación y su perfeccionamiento. » § 149
Me pregunto: ¿es un papa el que habla, o bien un gurú de la New Age? Es de destacar que Francisco
dice esto tratando del placer y la sexualidad, por lo que resulta imposible no
pensar en el Tantra, tradición
esotérica chamánica que se encuentra en las principales religiones orientales,
especialmente en el hinduísmo y en el budismo, y que se sirve de la sexualidad
para « ampliar la conciencia », para alcanzar la « iluminación », el «
despertar », a saber: el pasaje de la conciencia individual, dualista, al
estado de « supraconciencia » propio de la divinidad. No es menester precisar
que nos encontramos en pleno panteísmo.
A continuación, como buen apóstol del feminismo y del igualitarismo,
Francisco aprovecha para minar la autoridad del jefe de familia, explicando que
la enseñanza de San Pablo no sería sino un « ropaje cultural » (!!!):
« […] conviene
evitar toda interpretación inadecuada del texto de la carta a los Efesios donde
se pide que ‘‘las mujeres estén sujetas a sus maridos’’ (Ef 5, 22). San Pablo
se expresa aquí en categorías culturales propias de aquella época, pero
nosotros no debemos asumir ese ropaje cultural, sino el mensaje revelado que
subyace en el conjunto de la perícopa. » § 156
En otro pasaje Francisco sostiene que la virginidad consagrada no es
un estado de vida más excelente que el matrimonio:
« En este sentido,
san Juan Pablo II dijo que los textos bíblicos ‘‘no dan fundamento ni para
sostener la inferioridad del matrimonio, ni la superioridad de la virginidad o
del celibato" en razón de la abstención sexual. Más que hablar de la
superioridad de la virginidad en todo sentido, parece adecuado mostrar que los
distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más
perfecto en algún sentido y otro puede serlo desde otro punto de vista. » § 159
Lo que resulta embarazoso tanto para Francisco como para Juan Pablo
II, ya que ambos caen de lleno bajo el anatema del Concilio de Trento:
« Si alguno dijere
que el estado del matrimonio debe preferirse al estado de virginidad o de
celibato y que no es mejor ni más feliz mantenerse en la virginidad o celibato
que casarse, sea anatema.[5] »
(Mt 19,11; 1 Co
7,25; 1 Co 7,38-40; sesión XXIV, canon X sobre el sacramento del matrimonio)
Juan Pablo II y Francisco son, pues, anatematizados por la Iglesia por
negar explícitamente lo que ella afirma con claridad. Por más que pretendan ser
católicos de ningún modo lo son, ya que no profesan la fe de la Iglesia.
Pío XII repitió esta verdad dogmática en 1954, en su encíclica Sacra Virginitas:
« Es preciso, por
tanto, afirmar como claramente enseña la Iglesia que la santa virginidad es más
excelente que el matrimonio. Ya nuestro Divino Redentor la había aconsejado a
sus discípulos como instituto de vida más perfecta; y el Apóstol San Pablo, al
hablar del padre que da en matrimonio a su hija, dice: Hace bien; pero en
seguida añade: Mas el que no la da en matrimonio obra mejor. […] Pues si, como
llevamos dicho, la virginidad aventaja al matrimonio, esto se debe
principalmente a que tiene por mira la consecución de un fin más excelente y
también a que de manera eficacísima ayuda a consagrarse enteramente al servicio
divino, mientras que el que está impedido por los vínculos y los cuidados del
matrimonio en mayor o menor grado se encuentra dividido. […] Esta doctrina, que establece las ventajas y
excelencias de la virginidad y del celibato sobre el matrimonio, fue puesta de
manifiesto, como lo llevamos dicho, por nuestro Divino Redentor y por el
Apóstol de las Gentes; y asimismo en el santo concilio tridentino fue
solemnemente definida como dogma de fe divina y declarada siempre por unánime
sentir de los Santos Padres y doctores de la Iglesia[6]. »
A continuación, Francisco aboga por la reintegración a la vida
eclesial de todos aquellos que se hallen en una situación « irregular »:
« Se trata de
integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de
participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una
misericordia inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado
para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a
los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se
encuentren. » §
297
« Todos » quiere decir precisamente « todos », ¿no es cierto? Vale
decir: concubinos, divorciados « re-casados », homosexuales, partidarios del
aborto y del « matrimonio » gay, etc. Ahora bien, ninguna persona se encuentra
excluida « para siempre » de la Iglesia, ¡a condición de que se decida a
cambiar de vida! El problema es que, según Francisco, habría que
« integrar » a todo el mundo, cualquiera sea su situación, incluso
quienes no manifiesten intención alguna de poner fin a su vida escandalosa. Además, afirmar que no es propio de la lógica
del Evangelio el condenar a nadie para siempre resulta bastante curioso, cuando
se consideran palabras como éstas:
« Entonces dirá
también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles. » (Mt. 25, 41)
Es nada menos que Nuestro Señor Jesucristo quien ha dicho esto. Sin
embargo, se entiende que para un gnóstico se trate de enseñanzas inaceptables,
ya que, según su visión monista del cosmos, en virtud del proceso evolutivo,
todo el mundo alcanzará ineluctablemente su término, que no es otro que el de
la divinización. Recordemos aquí aquellas palabras de Francisco a Eugenio
Scalfari:
« En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque
nuestra especie termine, no terminará la luz de Dios que en ese punto invadirá
todas las almas y será todo en todos[7]. »
Francisco sostiene aquí la salvación
universal por asimilación a la esencia divina. Según esta visión de las cosas,
va de suyo que la idea de que alguien pueda ser « condenado para siempre » naturalmente no tiene sentido alguno. Se
trata de panteísmo en estado puro, como podremos comprobar más adelante, y éste
es el error que está en la base del discurso y de la praxis bergoglianos.
A continuación, Francisco explica que si
alguno vive su adulterio con una « fidelidad probada » y un « generoso don de
sí » (¡no lo estoy inventando!), aunque no se trate de la situación
« ideal » (!!!), igualmente uno puede ser « reintegrado » mediante el
« discernimiento » y la « mirada » adecuada de los pastores... lo que
cambia todo, ¡evidentemente!
« Los
divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy
diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones
demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y
pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con
nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano,
conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver
atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. […] Debe quedar
claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la
familia. Los Padres sinodales han expresado que el discernimiento de los
pastores siempre debe hacerse distinguiendo adecuadamente, con una mirada que
discierna bien las situaciones. Sabemos que no existen recetas
sencillas. » §
298
Este discurso se funda en la ética situacional, que disuelve la moral
en un relativismo subjetivista: no hay que considerar otra cosa que las
circunstancias; no hay más actos objetivamente malos, pura y simplemente,
cualesquiera sean las circunstancias. El matrimonio cristiano, junto a la
indisolubilidad que implica, no es más normativo sino que se vuelve un « ideal
» que no se halla al alcance de todo el mundo.
De este modo, habrá que esforzarse en destacar los « valores positivos »
que se encuentran en las situaciones « irregulares » (concubinato, adulterio,
dúos homosexuales, etc.): « fidelidad probada, generoso don de sí, compromiso
cristiano », etc. ¿Acaso hay necesidad de precisar que tales proposiciones no
son más que horrorosas mentiras que no pueden provenir sino del Padre de la Mentira?
He aquí lo que decía Pío XII acerca de la moral de situación en el curso
de una alocución de 1952 en el Congreso Internacional de la Federación mundial de la juventud femenina
católica[8]:
« La ética nueva se
halla tan fuera de la ley y de los principios católicos que hasta un niño que
sepa su catecismo lo verá y se dará cuenta y lo percibirá. Por lo tanto, no es
difícil advertir cómo el nuevo sistema moral se deriva del existencialismo que,
o hace abstracción de Dios, o simplemente lo niega, y en todo caso abandona al
hombre a sí mismo. »
Es exactamente lo contrario de lo que dice Francisco. He aquí, a
título ilustrativo, cuatro pasajes extraídos de Amoris Laetitia:
1. « Sólo cabe un nuevo aliento
a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares,
que debería reconocer que, puesto que el grado de responsabilidad no es igual
en todos los casos, las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente
deben ser siempre las mismas [9].
» § 300
2. « [… ]a veces nos comportamos
como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es
una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a
cuestas. » § 310
3. « Es mezquino detenerse
sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma
general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a
Dios en la existencia concreta de un ser humano. » § 304
4. « Esto nos otorga un marco y
un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar
sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un
discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina
a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar. Esa
es la lógica que debe predominar en la Iglesia, para realizar la experiencia de
abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias
existenciales. » § 312
He aquí, finalmente, una quinta y última cita tomada de una homilía en
la Casa Santa Marta del pasado 16 de
junio y en la cual Francisco califica la doctrina católica tradicional
sencillamente de herética. La situación es grotesca: decididamente, este hombre
da muestras de una desvergüenza inaudita, cree que todo le está permitido, no
se detiene ante nada, miente y blasfema con una naturalidad pasmosa, y todo
esto sin que jamás nadie se atreva a denunciarlo y a desafiarlo públicamente.
Pero lo más triste del caso es que casi nadie pareciera sentirse afectado por
esta situación totalmente inconcebible. Éstas son sus palabras:
« No es católico ‘‘o
esto, o nada’’: esto no es católico. Eso es herético. Jesús siempre sabe
caminar con nosotros, nos da el ideal, nos acompaña hacia el ideal, nos libra
de este encauzamiento de la rigidez de la ley, y nos dice: ‘‘Haced hasta donde
podáis’’. Y nos comprende bien. Éste es nuestro Señor, esto es lo que nos
enseña [10]. »
Pero volvamos a la alocución de Pío XII para percibir mejor la
oposición existente entre la doctrina católica y las fantasías pergeñadas por Francisco:
« De las
relaciones esenciales entre el hombre y Dios, entre hombre y hombre, entre los
cónyuges, entre padres e hijos; de las relaciones esenciales en la comunidad,
en la familia, en la Iglesia, en el Estado, resulta, entre otras cosas, que [sigue una
larga lista de comportamientos pecaminosos, incluyendo el adulterio y la
fornicación] todo ello está gravemente
prohibido por el Legislador divino. No hay motivo para dudar. Cualquiera que
sea la situación del individuo, no hay más remedio que obedecer. »
Esto ciertamente no es una buena
noticia para Francisco y su « adecuado
discernimiento personal y pastoral ». Pío XII afirma que, de cara a ciertas
acciones objetivamente desordenadas, cualquiera sea la situación del individuo,
« no hay más remedio que obedecer ».
Francisco, en cambio, declara: « sabemos
que no existen recetas sencillas » y aboga por un « discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso ». ¿Cuál de los dos yerra? Yo me atrevería a ir
más lejos y preguntaría: ¿cuál de los dos es verdaderamente papa? Sí, no dudo
en repetirlo: ¿cuál de los dos es un auténtico papa, a saber, aquel cuya
enseñanza debe conformarse necesariamente con la doctrina de la Iglesia? Dicho
de otro modo, ¿es acaso posible que dos pastores legítimos proclamen doctrinas
diametralmente opuestas en materia de fe y moral? En definitiva, la
contradicción lógica, ¿formaría parte del depósito de la fe? Por mi parte, yo
no estoy dispuesto a adoptar la dialéctica hegeliana…
Inspirándonos en el relato de la caída,
podríamos decir que, mientras Pío XII
declara: « no comáis del árbol ni lo
toquéis, de lo contrario moriréis », Francisco, por su parte, replica: « No moriréis, de ninguna manera. Adelante,
hijos bienamados, acercaos a la Mesa Santa confiadamente, ya que seréis
acogidos por mi misericordia infinita, vuestros ojos se abrirán, seréis como
dioses y descubriréis finalmente ‘‘la alegría del amor’’. » He aquí un
extracto del documento:
« Su
participación [la
de los « divorciados vueltos a casar »] puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por
ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente
practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden
ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que
pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia […] » § 299
Ése es el verdadero objetivo de Francisco: la abolición pura y simple
del pecado. Desde su óptica, se puede vivir en estado de adulterio y ser, al
mismo tiempo, un « miembro vivo de la
Iglesia ». Todo está condensado aquí. Y nadie se subleva. El hecho de que
más de mil millones de católicos puedan seguir llamando « Santo Padre » a este personaje diabólico es algo que rebasa
por completo mi comprensión…He aquí otros dos pasajes antológicos de Fornicationis Laetitia, la última Expectoración Escatológica bergogliana:
« Por ello, un
pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes
viven en situaciones irregulares, como si fueran piedras que se lanzan sobre la
vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse
aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia para sentarse en la cátedra de
Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos
difíciles y las familias heridas […] A causa de los condicionamientos o
factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de
pecado -que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno- se
pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la
vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia[11].
El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a
Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o
negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos
caminos de santificación que dan gloria a Dios.
» § 305
« Pero de
nuestra conciencia del peso de las circunstancias atenuantes -psicológicas,
históricas e incluso biológicas- se sigue que, sin disminuir el valor del ideal
evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles
de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día, dando lugar a
la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Comprendo a
quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna.
Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el
Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que
expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque
corra el riesgo de mancharse con el barro del camino. » § 308
Ésta es la «iglesia» propugnada por Francisco, al amparo de una falsa
noción de misericordia: una « iglesia » donde reina la confusión y que no teme « mancharse con el barro del camino ». Hay que decir que esta «
iglesia bergogliana » no se parece mucho que digamos a la Iglesia Católica, a
la Esposa inmaculada del Cordero, sino más bien a una contra-iglesia infernal,
lista para ponerse al servicio del Anticristo...
El pasado 16 de junio, con ocasión del discurso de apertura del Congreso eclesial de la diócesis de Roma,
desarrollado en la Basílica de San Pedro, Francisco volvió a la carga, llevando
la impiedad a límites insospechados. He aquí tres cortos extractos:
1. « Prefieren convivir, y
esto es un desafío, requiere un trabajo. No decir en primer lugar: ‘‘¿Por qué
no te casas por la Iglesia?’’. No. Acompañarlos: esperar y hacer madurar. Y
hacer madurar la fidelidad[12]. »
2. « […] he visto mucha fidelidad en estas convivencias, mucha fidelidad;
y estoy seguro que este es un matrimonio verdadero, tienen la gracia del
matrimonio, precisamente por la fidelidad que se tienen[13]. »
3. « Es la cultura de lo
provisional. Y esto sucede por doquier, también en la vida sacerdotal, en la
vida religiosa. Lo provisional. Y por esto la mayor parte de nuestros
matrimonios sacramentales son nulos, porque ellos [los esposos] dicen: ‘‘Sí, para toda la vida’’, pero no
saben lo que dicen, porque tienen otra cultura[14]. »
Pero entonces, ¿para qué casarse, si la mayor parte de los matrimonios
son inválidos y los concubinatos vividos en « fidelidad » poseen la gracia del
matrimonio? ¿Se alcanzan a vislumbrar los efectos deletéreos que las palabras
de Francisco pueden ejercer en las parejas que atraviesan momentos difíciles y
que hacen todo lo que pueden para permanecer fieles a su compromiso? ¿Para qué
seguir luchando? ¿No sería acaso más razonable formular un pedido de
reconocimiento de nulidad matrimonial, puesto que la mayor parte de los
matrimonios son inválidos, para luego poder « rehacer su vida »?
En definitiva, lo que Francisco está diciendo a los concubinos es que
no se casen, y a los casados, que sus matrimonios no tienen ningún valor. No
puedo dejar de interrogarme: ¿se puede concebir un mensaje más devastador para
el matrimonio y la familia? ¿Es concebible que semejante mensaje pueda salir de
los labios de un auténtico Vicario de Nuestro Señor Jesucristo? Tercera y
última pregunta: un verdadero discípulo de Jesucristo, ¿tiene el derecho de
callar ante estos diabólicos e incesantes ataques contra la fe y la moral
perpetrados precisamente por quien pasa por ser, a los ojos del mundo, el
Soberano Pontífice de la Iglesia Católica y el Sucesor de San Pedro?
[1] Probablemente el
documento más extenso jamás producido por un pontífice en 2000 años de historia
de la Iglesia. Supera ampliamente, entre otros extensísimos textos, las 45000
palabras que contiene la encíclica Veritatis
Splendor, de Juan Pablo II o las 31000 de Caritas in Veritate, de Benedicto XVI. Compárese esta logorrea crónica
de los papas conciliares con, por ejemplo, las 4500 palabras de la encíclicaMortalium Animos, de Pío XI o las 6400
de Humani Generis, de Pío XII…
[7]Entrevista con Eugenio Scalfari el 24 de
septiembre de 2013, publicado el 1 de
octubre en La Repubblica.
[9] Nota al pie n° 336: « Tampoco en lo referente a la disciplina sacramental, puesto que
el discernimiento puede reconocer que en una situación particular no hay culpa
grave. Allí se aplica lo que afirmé en otro documento: cf. Exhort. ap.
Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44.47: AAS 105 (2013), 1038.1040. »
[11] Nota n° 351 : « En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los
sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no
debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»:
Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038.
Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino
un generoso remedio y un alimento para los débiles» ( ibíd, 47: 1039). »
[13] Ibidem.
jueves, 9 de marzo de 2017
CENA ANGLICANA EN SAN PEDRO
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Francisco Octavo, o la esperpéntica síntesis del fundador de la iglesia anglicana y el demoledor -si fuera posible demolerla- de la Iglesia católica |
Cuando dentro de unos pocos días, en rigurosa consonancia con los festejos por el cuarto aniversario de la elección de Francisco, la basílica de San Pedro se vea en el trance de soportar la celebración, en su altar mayor, de las vísperas anglicanas de manos de celebrantes exentos de auténtica dignidad sacerdotal, se estará cumpliendo un nuevo hito en aquel otro hito que ya constituye este impar pontificado. Concretamente, se volverá a tentar a Dios en el interior mismo del templo mayor de nuestra fe, como hace ya más de un año se lo hizo en su fachada exterior, al proyectar sobre la misma imágenes ecológico-simiescas el mismo día de la Inmaculada Concepción. Ambos hechos merecen un sitio en el terno que bien podría completarse con la misa satánica celebrada en 1963 en la capilla paulina en el Vaticano, según conocido testimonio de Malachi Martin en su novela Windswept house.
Se trata de un sacrilegio, hasta la fecha, único en su género. Pues si las visitas a edificios luteranos de parte de Benedicto XVI y del propio Francisco afectaban a la potestad, una tan factible como estrábica interpretación de las mismas (en tiempos, como los nuestros, de fe desfalleciente) podía creer infligida la mancha a la sola persona, falible como todas, que no al cargo; pero la concesión del altar mayor de la Iglesia, con la sagrada hostia oculta en el tabernáculo siendo ipso facto vilipendiada, ya comporta una profanación inequívoca.
Como ya no cuenta para nada el Magisterio, la bula Apostolicae curae de León XIII podrá ser entregada a las llamas sin escrúpulos, toda vez que aquel papa define allí que «con el íntimo defecto de forma» del ritual de ordenaciones anglicano, reformado en 1552 tras varios años de ruptura con Roma, «está unida la falta de intención que se requiere igualmente de necesidad para que haya sacramento», motivo por el cual, de conformidad con los decretos emanados por los pontífices precedentes acerca del asunto, «pronunciamos y declaramos que las ordenaciones hechas en rito anglicano han sido y son absolutamente inválidas y totalmente nulas» (Dz. 1966). De nada vale, pues, el posterior intento anglicano de recuperar el viejo formulario, más de cien años después del cercenamiento del primitivo: para entonces ya se había perdido la sucesión apostólica, lo que confiere a las vísperas anglicanas en Roma un valor intrínseco no mayor que si se les cediera San Pedro para el five o'clock tea, no sin el obvio efecto sacrílego.
De este modo, lo que se llamó la «evolución homogénea del dogma», esto es, la explicitación progresiva en el tiempo del contenido implícito en la Revelación, vino a ser sustituido por la «contra-afirmación heterogénea de la doxa», de la mera opinión humana, fluctuante y reversible, como para sumergir definitivamente toda claridad doctrinal en la niebla de la ignorancia o en la tiniebla de las inteligencias ofuscadas por el orgullo. Porque -valga tenerlo siempre presente- la herejía pertenece al ámbito de las opiniones, de las reservas mentales para con una verdad propuesta a nuestro asentimiento fiel. Lo que el «libre examen» consagra es la disposición seleccionadora del contenido de la fe, desnaturalizándola en su misma raíz al pretender arraigarla en la voluntad, siendo la fe -como lo es- una virtud intelectual. Todo lo que provenga de esta primera defección perpetuará, pues, el error y el daño.
La exaltación de la variedad anárquica, de la pluralidad desbocada y el caos que el protestantismo exhibe desde su cuna, será carácter pronto extendido al pensamiento y a la acción -a la historia moderna, digamos, dimanada de aquella violenta ruptura religiosa. El trágico olvido de que sólo del uno procede lo múltiple gravó así toda la realidad humana, terminando con la institución monárquica, con las tradiciones locales y aun con la familia y el matrimonio, ámbito privilegiado de la unidad y principio de su consolidación civil. Es el horror que el caos suscita en la conciencia humana quien inspiró finalmente a los ideólogos la recurrencia a una unidad espuria a través del totalitarismo, producto típicamente moderno capaz de rendir acabada cuenta de este desdichado proceso de atomización y reintegración falaz de cuño voluntarista. De la desintegración extrema a la leviatanización: con tal fórmula podrían sintetizarse cinco siglos de historia moderna.
Unus Dominus, una fides, unum baptisma: en la Iglesia modernizada o modernista, de la precisa fórmula paulina vino, pues, a escamotearse el término del medio, a los fines de propiciar una nueva unidad fundada sobre otros principios, otras opiniones, heterodoxias. «Tenemos el mismo bautismo, tenemos que caminar juntos», es el requiebro susurrado en los oídos de los protestantes, con crasa omisión de que no tenemos la misma fe. La nueva unidad, prohijada por la «diversidad reconciliada», es un magma en el que las necesarias distinciones ontológicas se disuelven, donde la virtud y el vicio valen lo mismo, donde las nociones del bien y el mal son baladíes, donde la ortodoxia equivale a la herejía y donde -muy a diferencia de la parábola de las bodas reales (Mt 22, 1-14)- todos pueden ser admitidos a la cena sin vestir el traje correspondiente. Se proclama, en rigor, un nuevo y demencial evangelio.
Si por sus gustos se conoce al hombre, en el caso de Bergoglio conoceremos por los mismos también su programa. El locuaz profeta de la nueva misericordia supo clamorear su afición por la Crucifixión blanca de Chagall (cuadro en el que el propio autor señaló su intención de asociar el sacrificio de Cristo con el infecto mito de la «Shoah», subordinando incluso aquél a éste), del mismo modo que no le ha faltado ocasión de reivindicar a El almuerzo de Babette como su película favorita. Así lo expresa en su controvertida Amoris laetitia:
Carecíamos de referencias a la obra y, por lo tanto, no colegíamos en toda su plenitud lo que Bergoglio pretendía traficarnos con semejante alusión. Vino en nuestro auxilio un reciente artículo de Il blog di Baronio, donde se nos anoticia de la infausta fisonomía de la autora del libro en el que se inspira la película, Karen Blixen, una escritora danesa convencida de que el bien y el mal son intercambiables: «somos nosotros mismos quienes juzgamos bueno o malo algo que de por sí es ambivalente, y que deviene bueno o malo según nuestro juicio, según nuestro discernimiento personal. Caso por caso. Y recordaremos también que la Blixen -allí cuando descubrió haber contraído la sífilis a expensas de su primer marido, durante su estadía en África- cedió su propia alma al diablo, de modo que toda la experiencia vivida pudiese ser volcada en sus cuentos». El animismo y la brujería, según parece, fueron la oscura religión de esta desnortada nórdica cuyas fantasías pluguieron tantísimo a Bergoglio.
Las alegrías más intensas de la vida brotan cuando se puede provocar la felicidad de los demás, en un anticipo del cielo. Cabe recordar la feliz escena del film La fiesta de Babette, donde la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio: «¡Cómo deleitarás a los ángeles!» Es dulce y consoladora la alegría que resulta de procurarle el bien a los otros, de verlos gozar (§129)
En rigor de verdad, lo que Francisco pondera es la película, que del libro original resulta una interpretación un tanto abusiva. En resumidísimas cuentas, la historia trata de una espléndida comida ofrecida por una cocinera francesa a un grupo de comensales noruegos pertenecientes a una comunidad luterana, doce en total, que honran con este agape la memoria del fundador. Lo que la película no recoge es que, en la historia original, la cocinera es una terrorista prófuga de su nación que, empleada en un villorrio noruego por las hijas de un pastor luterano local como ama de llaves, ofrece este banquete con el dinero obtenido al ganar la lotería para demostrar su gratitud a sus protectores y, al mismo tiempo, lucir su habilidad en las artes culinarias. Su condición de francesa podría sugerir su adscripción católica, si el libro no explicitara su pasado anarquista y criminal.
Arguye Baronio:
Así, a puro golpe de acontecimientos, con la inexorabilidad de los hechos consumados, se va acelerando aquello que la Escritura designa como la «abominación de la desolación» y la «supresión del sacrificio cotidiano», conforme a la estrategia revolucionaria de pegar primero y, si es posible, otra y otra vez antes de que se produzca la tardía reacción: tal es la confianza (audacia) que los malos tienen en la confianza (inercia) de los buenos. Primero la ruptura litúrgica, con su secuela imparable y creciente de abusos que al cabo de unas décadas vuelven irreconocible el mismo ritual romano reformado; luego, la dispensa para comulgar en pecado mortal según la teoría del discernimiento, otrora condenada como "moral de situación". Inmediatamente después, la apertura de sendas brechas por las que colar la discusión del diaconado femenino y el celibato sacerdotal, luego de una praxis ya holgadamente impuesta de "ministros extraordinarios" del culto. ¿Qué mucho que a las liturgias interreligiosas y a la cena anglicana en San Pedro les suceda una inminente modificación en la fórmula de la consagración, para evitar que la inoportuna Víctima sacrificial se haga presente siquiera entre los degradados paramentos del Novus Ordo?
Ubi corpus, ibi aquilae. Unas, las águilas congregadas para alimentarse, que «siguen al Cordero dondequiera éste vaya» (Ap 14, 4); otras, las que bajan a pique para proscribir a Dios de nuestros altares. El sacrosanto Cuerpo de Cristo está en el centro de la guerra esjatológica.
Arguye Baronio:
Babette, por tanto, no es un personaje positivo, no es el ángel que deja entrar un haz de luz católica en la oscuridad en la que se encuentran los miembros de la secta. Ella es más bien un personaje se diría casi infernal, que después de haberse beneficiado de la generosa hospitalidad de una pequeña comunidad y de haber merecido su confianza, seduce las mentes y los corazones persuadiéndolos de que las diferencias doctrinales e ideológicas -mantenidas siempre en silencio- pueden ser superadas en el encuentro en aquello que creemos compartir: la mesa [...]
La cena de Babette es el ámbito de la venganza hedonista por sobre los sacrificios dolorosos del pasado [...] que son reabsorbidos en un presente dionisíaco, ante la memoria ridiculizada del Decano, casi obligado a asistir a la traición de su comunidad. Tampoco hay que olvidar la reprobación de la severidad formalista del difunto, al que se atribuyen las renuncias de las hijas Martina y Philippa, frustradas en sus aspiraciones por una visión beata y esclerotizada de la fe.
Aquello que quedaba de la unión con el sacrificio de Cristo en la empero distorsionada visión luterana, se disuelve toda vez que Cristo es desterrado del convivium. De esta manera la cena, que hasta entonces congregaba en torno a la pobre mesa a los fieles de la secta para conmemorar a su fundador, con Babette se convierte en una celebración de la comunidad devenida un fin en sí misma.
A tal punto resulta superflua la figura del sacerdote, que Babette puede permanecer en la cocina. Ella es el deus ex machina que prepara todo, así como Bergoglio prepara una nueva religión, dejando que los acontecimientos hablen en primera persona.
Así, a puro golpe de acontecimientos, con la inexorabilidad de los hechos consumados, se va acelerando aquello que la Escritura designa como la «abominación de la desolación» y la «supresión del sacrificio cotidiano», conforme a la estrategia revolucionaria de pegar primero y, si es posible, otra y otra vez antes de que se produzca la tardía reacción: tal es la confianza (audacia) que los malos tienen en la confianza (inercia) de los buenos. Primero la ruptura litúrgica, con su secuela imparable y creciente de abusos que al cabo de unas décadas vuelven irreconocible el mismo ritual romano reformado; luego, la dispensa para comulgar en pecado mortal según la teoría del discernimiento, otrora condenada como "moral de situación". Inmediatamente después, la apertura de sendas brechas por las que colar la discusión del diaconado femenino y el celibato sacerdotal, luego de una praxis ya holgadamente impuesta de "ministros extraordinarios" del culto. ¿Qué mucho que a las liturgias interreligiosas y a la cena anglicana en San Pedro les suceda una inminente modificación en la fórmula de la consagración, para evitar que la inoportuna Víctima sacrificial se haga presente siquiera entre los degradados paramentos del Novus Ordo?
Ubi corpus, ibi aquilae. Unas, las águilas congregadas para alimentarse, que «siguen al Cordero dondequiera éste vaya» (Ap 14, 4); otras, las que bajan a pique para proscribir a Dios de nuestros altares. El sacrosanto Cuerpo de Cristo está en el centro de la guerra esjatológica.
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