Lo último que se nos ocurriría suponer, en un pontífice consagrado con pelos y señales al ejercicio de la confusión y menoscabo de la conciencia cristiana, es que con esto haya obrado un acto de buena fe. Si no bastaran las resoluciones tomadas en contra de los odiosos tradicionalistas (tales como las despóticas defenestraciones del fundador de los Franciscanos de la Inmaculada y del finado monseñor Livieres sin derecho a defensa y sin explicitación de motivos, aunque muy presumiblemente por el delito de celebrar la Misa en latín), baste al menos la abrumadora mole de palabras y gestos desplegados por Francisco durante su mandato, todos en un único sentido y éste siempre contrario al Evangelio: las bendiciones a transexuales y activistas pro-aborto, la coyunda con la hez de la política anticristiana, el impulso del sincretismo religioso, las burlas a la piedad genuinamente católica, etc.
Equo ne credite, Teucri! Lo único auspicioso del caso -sabido que Dios escribe derecho en los renglones torcidos por los hombres- es que muchos fieles añorantes la tradición y hasta aquí acometidos por escrúpulos acerca del presunto carácter "cismático" de la empresa lefebvrista, podrán, gracias a la misericordia de Francisco, acudir a sacerdotes católicos para confesar sus culpas y, de paso, asistir a sus misas. Y que, a despecho de los planes que Bergoglio pudiera acariciar, y en vista del posible cisma mil veces anunciado, unos y otros (católicos adscritos a la Fraternidad y católicos aún resistentes en Babilonia) acaben confluyendo sin recíprocos recelos en la Iglesia fiel. Lo que no es poco, caramba. Pero el precio -de no consumarse la división que parece inevitable- sería el de prolongar indefinidamente, gracias a medidas como ésta, esa situación de convivencia en una misma sociedad visible de las «dos Iglesias» aludidas por el padre Meinvielle en el final de su «De la cábala al progresismo»:
«no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como "pusillus grex" por toda la tierra. Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no sería sino una [...] La eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponemos».
Éste descrito por Meinvielle ha sido, en rigor, el statu quo eclesial a lo largo de todo el post-concilio. Si algo ha hecho Bergoglio es inclinar definitivamente la balanza hacia la Iglesia de la publicidad, lo que vuelve sospechoso, por su crasa extemporaneidad, su donativo. Más bien -aparte un posible propósito de neutralizar toda oposición pasando incluso por generoso y bien dispuesto- podría pensarse, en línea con sus filias más notorias, en un intento de integrar a la Tradición católica en un panteón multirreligioso en el que cabrían indistintamente todas las confesiones: católicos ortodoxos y heréticos, judíos, musulmanes, animistas, agnósticos de café-bar, cultores de la Tierra y de Marilyn Monroe -más o menos como en los tiempos del Imperio romano, con la sola e indolora exigencia de avenirse a tributar unos pocos granos de incienso al Emperador. No podemos afirmar categóricamente que ésta sea la intención de Bergoglio; lo que sí sabemos es que puede ser la de Satanás.
Dos son los principales mandamientos: cuidado del inmigrante musulmán y cuidado del medio ambiente |
No hace falta decir que el programa coincide estrechamente con el de Francisco, que pronto sesionará ante la ONU para refrendarlo. Por eso sus regalos, como los de los dánaos, no son para saltar de alegría: su benevolencia debiera ser más temible que sus garras.
Ha dado en el clavo: Bergoglio pretende incorporar en la iglesia ecuménica mundial -que está levantando- la resistencia tradicionalista lefebvriana, porque a los demás ya los tiene adentro; así, termina con cualquier posible oposición.
ResponderEliminarA mí todo esto me parece una cortina de humo para despistar a los tradicionalistas dándoles migajas. También sucedió el día 1 el nombramiento del bugniniano Piero Marini (Marini «el malo») como presidente de la Comisión Especial para la Liturgia en la Congregación para las Iglesias Orientales:
ResponderEliminarhttp://secretummeummihi.blogspot.com.ar/2015/09/el-legado-bugnini-aterriza-oficialmente.html
Ahora «aggiornarán» las que todavía estaban intactas. Como el tapado modernista ese magree la liturgia bizantina, que se olviden de ecumanías con la iglesia rusa.