por Dardo Juan Calderón
Parecería que no corresponde hacer un comentario sobre el Post-scriptum de un libro que uno no ha leído (ni va a leer); salvo que ese post, en realidad sea la explicitación de la razón que ha llevado a escribir el libro en cuestión. Y creo que estamos en ese caso.
No sería una originalidad afirmar que De Mattei lidera una variopinta corriente que se opone con todas sus fuerzas a la ideología que surge del papado de Francisco, contra el que convoca a los fieles y a la curia para una reacción contestataria, a fin de impedir en todo lo posible una falsificación o impostura de la doctrina católica para una claudicación del mismo catolicismo como fuerza vital de una civilización. Pero tengamos bien entendidos estos dos puntos que acabamos de resaltar: Iglesia por un lado y civilización cristiana por el otro, pues será una de las claves de entendimiento de esta obra que comentamos y sobre lo que volveremos.
En este breve ensayo el autor, sin nombrar al atacado y dando un tono positivo a su título, no puede ocultar que se trata más de una “Catilinaria” que de una “Apología”. Y lo que pretende es llegar a los fieles católicos que se ven impedidos de sumarse por reflejos conservadores, para convencerlos que lo que corresponde en este crítico momento de la Iglesia en una fidelidad verdaderamente “cristiana”, es la clara impugnación a la persona, al gobierno, a las ideas y a los hechos que impulsan el actual Pontificado. En suma, la propuesta –si la expresáramos en un gesto islámico- no es la de un golpe de estado, sino la de arrojar un zapato a Francisco. Gesto que si se multiplicara así de rotundo y si se prescindiera de los fundamentos jurídicos, filosóficos y teológicos, daría cabal cuenta de nuestro estado de ánimo como fieles católicos y aportaría un buen dato al demagogo para una toma de conciencia de su error.
Miles de zapatos arrojados contra las ventanas del Vaticano sería una suficiente y maravillosa lección de “sensus fidelium”, y no puedo negar que nosotros hemos acogido entusiastas esta intención en propuestas motorizadas por el autor. Pero por gracia y desgracia, no somos musulmanes. Estos tienen hasta hoy la suerte de no tener ni derecho, ni filosofía, ni teología; sino obediencia ciega o zapatos lanzados. (Hay un movimiento que proviene de Rusia –que ya se le había ocurrido a Guenon- y en el que se enrola el españolísimo Don Sixto de Borbón, que quieren arruinar esta espontaneidad y simplicidad musulmana proveyéndolos de una “doctrina” y llamándolos a un “Concilio”. ¡Alá los libre!).
El asunto es que nuestra “occidentalidad” parece exigir que un zapatazo no es adecuado y tenemos que tener fundamentos científicos para la repulsa. Y de esto se trata este breve ensayo, que comienza por el ejercicio de aquella ciencia en que el autor es indiscutible perito –la historia- con la cual pretende aplacar las inquietudes de los católicos “correctos”, recordándoles en sabias lecciones que hay en nuestra historia numerosos casos de malos pontífices, de reyertas, de errores y de idas y vueltas de lo más intrincadas. Que grandes Santos de la Iglesia han enfrentado a muchos Papas nada santos, y que nada de esto nos debe turbar. Y en esto estamos de acuerdo.
Pero terminada esta introducción vienen los fundamentos jurídicos, filosóficos y teológicos para explicar el desafuero –asuntos en los que el autor no es perito– y allí entramos a padecer. ¡Cuando en realidad estos no son tan necesarios! y explicaré este exabrupto.
Cuando Monseñor Lefebvre se plantó de frente al Concilio Vaticano II, lo hizo porque sabía que debía hacerlo, y sabía que esto traería innumerables cuestiones a zanjar, las que de hecho se fueron planteando desde muchas perspectivas, ya como objeciones ya como justificaciones, de lo que fue su conducta como Príncipe de la Iglesia. Una gran confianza en su fe y un sentido firme de sus deberes como Obispo le dictaron una conducta: debía salvar el Sacerdocio Católico al que este Concilio demostraba en los hechos no sólo debilitar, sino hasta casi extinguir junto con nada menos que la Misa. Este era el deber de su consagración, asegurar la función de santificación, y esto no podía ser, en su puntilloso cumplimiento, una “falta” contra la Iglesia de Cristo. Las cuestiones que se suscitaran por su conducta, en el plano jurídico, filosófico y teológico, deberían ser contestadas –ante la novedad- con el tiempo, solucionadas sin duda alguna, porque el bien común de la Iglesia así lo imponía. Pero él no tenía todas las respuestas, tenía la guía segura de su Caridad y confiaba en que las respuestas llegarían, en su momento, de buenos juristas, de buenos filósofos, de buenos teólogos y… finalmente, y “necesariamente” (como lo demuestra el autor con su introducción histórica) ¡de un buen Papa! que es el único que podría definir, juzgar y cerrar el conflicto creado. Y hasta ese momento había que ejercer las “facultades”, como se dice en los toros.
Pero el autor –y muchos otros apurones- se tienta, y a tientas, ensaya un fundamento para una reacción que acierta en el blanco al definirla como proveniente del “sensus fidelium”, pero al que no alcanza a definir ni comprender. Y a fin de sumar prosélitos a la sin duda buena causa, retoma el argumento de cada uno de ellos y los mezcla en un contradictorio collage en que las más diversas razones se confunden. Ortodoxas y heterodoxas son bienvenidas mientras sumen.
En semejante caos argumentativo, lo que entendemos claramente opuesto a la doctrina lo vemos salvado a pocos párrafos y nuevamente negado a los otros dos. Pero, no permitiéndose en buena fe el mismo error del lenguaje conciliar -la ambigüedad-, cae derechamente en la contradicción, pero tan profusa, que sin quererlo vuelve a ser ambigüedad.
De todas maneras, en semejante desorden hay un muerto, y bien acuchillado: el Magisterio Petrino; y con ello aquel “sensus” queda colgado del pincel. Y todo esto porque hay que hacer caducar al “magisterio conciliar”, y para ello a todo magisterio por definición, y ¿cuál sería el criterio que guía la fe? y se arma un batuque de proporciones. Porque si el magisterio no es la clave que asegura la fe, es decir que este no es la “regla próxima de la fe” (lo que expresamente niega el autor) la clave es “la tradición”, pero una tradición sin magisterio, y entonces, la tradición es el “sensus fidelium” de los fieles (¿¡!?) ; pero resulta que el sensus fidelium es “la docilidad del pueblo al magisterio”, y sin magisterio ¿qué es? , y nos dice que parece que es ciencia infusa, o no, mejor, una especie de “instinto” pre-racional que recibimos en el bautismo previamente al “credo” que en él públicamente se expresa y al que se da aceptación, porque este es magisterio. Y si esto no es inmanentismo…. Y también la solución puede ser la hermenéutica de la continuidad, pero resulta que no sólo no lo fue, sino que una solución que implique una hermenéutica ya es un caos, porque nunca define… ¡¡¡pum!!!. Es para balearse en un rincón.
El gran problema con el Concilio, al que criticará, pero al que citará a cada paso, no es que haya sido bien defendido, sino que siempre ha sido mal atacado. Esa es la gran fortaleza del Vaticano II, y Benedicto XVI –héroe del autor– no lo defiende, sino que lo ataca después de haber sido coautor, pero lo ataca tan mal que lo deja fortalecido. En general todo el ámbito “tradicionalista” y “conservador” cometen este defecto. En fin, todo esto es una locura porque simplemente no se atreven a -desde la docilidad al Magisterio Preconciliar- tirar un zapatazo al Concilio y a todos los Papas conciliares que han dejado de hacer magisterio y están balbuceando en torno a herejías y blasfemias desde hace varios años. Asunto que es evidente no sólo al sensus fidei sino al sentido común (no necesito un gran fundamento teológico para saber que los divorciados no pueden comulgar, que las mujeres no pueden ser curas y que los maricas están en pecado mortal), pero zapatazo al Papa cuyas consecuencias y fundamentos deben ser digeridos con mucha calma por santos teólogos y que sólo encontrará el final feliz en la sentencia de un Papa, si así Dios lo quiere.
Yo podría decir que el asunto ha sido zanjado por la obra del Padre Álvaro Calderón, pero no es así, en esta obra el asunto cobra un discurso teo-lógico (y en esta obra es teo-ilógico) zanjando las contradicciones internas y volviendo a calibrar el Magisterio Petrino en su lugar, y propone una salida, que será finalmente salida si un Papa lo define, porque gracias a Dios, el Padre no es Papa. Endemientras, nosotros los fieles tenemos un sentido adquirido de fe, que no es un instinto ni una ciencia infusa, sino que es nuestra formación y docilidad en el Magisterio anterior al Concilio, el de Aquellos Papas que “definieron” –no hermeneutizaron- y que esas definiciones no son otra cosa que la “Tradición”, que se transmite desde los maestros y no desde los alumnos.
Pero volvamos al asunto que dejamos planteado más arriba, el problema del autor no es la teología, y me atrevo a decir que no es sin más “la Iglesia”, sino que es “la civilización cristiana”. Y sin duda alguna, Benedicto es un destructor de la teología, pero sostiene una civilización occidental, europea o como queramos llamarla, que aunque incluya la filosofía alemana moderna, hace pensar en la posibilidad de una restauración civilizadora a partir de ciertas bases morales y culturales, como lo fue Juan Pablo II y los dos anteriores. Quizá en manos de alguna internacional masónica europea –según el chisme de Malachi Martin–, siendo que Francisco tira al suelo todos los bastiones porque además es un tarambana sin raíces (de los que solemos fabricar en serie en esta pobre América). Pero… ¿hay bastiones que no necesiten fundamentos teológicos? ¿No será que a Francisco le es fácil porque existe el trabajo previo de los otros? Los italianos suelen confiar demasiado en la cultura, y entiendo que vivir rodeado de lo mejor de ella produce la impresión de que eso no puede ya no significar nada ni influir en nadie, salvo para el turismo japonés.
Sigo dispuesto a acompañar a De Mattei en toda iniciativa que implique tirar zapatos contra las ventanas del Vaticano, pero no tanto en tratar de digerir sus fundamentaciones teológicas sobre una actitud para la que basta el sentido común, pues su Apología de la Tradición es un dislate de proporciones que concluye en anclarla en el peor de los sitios, el de una masa amorfa que responde a sus instintos a la que llama “sensus fidelium”.
Muy interesante reseña. Una pregunta: ¿Cuándo pensás reabrir Los cocodrilos del foso?
ResponderEliminarNever more
EliminarSi tenés ganas, ¿podrías explicar el porqué de la decisión?
EliminarQuerido Alejandro: La crisis de nuestro tiempo es una crisis de la inteligencia. Ya no son las conjuras de los "judíos" o los "masones" el enemigo, sino las propias derivas de nuestra necedad, el "síndrome de inmunodeficiencia liberal" del que habla mi hermano en su libro y que era el objetivo de aquellas. Creo haber dado mi explicación en el artículo de Adelante la Fe "El descenso a los infiernos" (al que gracias a Dios no entendió nadie). Mientras Dios no disponga la reinstalación de una "autoridad" y cada uno se sienta llamado a un curso de acción (vector de fuga lo llaman los sociólogos de izquierda), la inteligencia de las cosas no podrá ser repuesta y todo diálogo es imposible. Los vectores de fuga alimentan la dinámica moderna, aún cuando se suponen restauradores, y frente a ellos la inteligencia pierde todo valor. La salvación del hombre cristiano moderno ya no es un camino de lucidez, sino la posibilidad providencial de un instante de desilusión de toda una vida al borde de la muerte. La toma de conciencia de haber vivido una estafa de la que fuimos cómplices, lloramos cinco minutos mientras el cáncer hace el último trabajo y poray zafamos. No tiene más sentido denunciar la estafa, todos quieren ser parte de ella, rezar por ella, comulgar con ella, timonear su dinámica. Alabvan al sacerdote al que ni escuchan ni entienden. Traerlos a la realidad es una cabronada que no te perdonarán. Mirá a Don Antonio diciendo lo obvio. Mirá el reflejo de los infocaóticos al libro del Padre Calderón. Queda el recurso de la muerte como única posibilidad de entendimiento al final, es el tema de Francisco en Fátima, el del Los Acantilados de Mármol de Junger, el de Jaques Fesch en su diario de condenado. Vivir se ha hecho malo. Un buen cura es un tipo que por caridad soporta toda una vida a un estúpido al que se le está demoliendo todo, en la confianza de poder salvarlo en esos últimos cinco minutos. Mientras hay vida, no hay esperanza. Hoy es la conjura de los necios y de nada sirve hablarles. Es contraproducente.
EliminarUna pequeña aclaración: El P. Alvaro habla del "síndrome de inmunodeficiencia ANTIliberal", un abrazo
Eliminareso, eso...
Eliminar¿Dardo es el mismo que participaba del extinto blog de Esteban Falcionelli, Argentinidad?
EliminarEn realidad, el padre habla del "síndrome de inmunodeficiencia antiliberal" en el texto, pero el subtítulo que lo encabeza dice "inmunodeficiencia liberal". Está claro que hay una errata en uno de los dos, pero ambos son plausibles. El del subtítulo acentuaría el carácter liberal que llevaría al organismo sobrenatural a hacerse incapaz de combatir los errores. El del texto afirmaría que el morbo previamente contraído haría a sus víctimas incapaces de una vigorosa reacción antiliberal. Es curioso, pero ambas fórmulas cuadran.
EliminarAgrego: el contexto autoriza la lección contenida en el texto, que no la del subtítulo. Dice que el síndrome «afectó a la teología desde el inicio de la crisis de la Cristiandad en el siglo XIV. Los teólogos de la época moderna cayeron en la tentación de aflojar tensiones entre los Papas y los gobiernos cristianos con ese recurso, y dejaron la Iglesia sin anticuerpos frente al liberalismo».
EliminarEstimado Flavio
EliminarEfectivamente, también en el contexto cita a la sigla (sin nombrarla) del SIDA, por lo que la A sería de antiliberal.
Además, en página 231 vuelve a decir antiliberal.
No me había percatado que también el subtitulo tiene una interpretación lógica y posible.
Que bueno es compartir la lectura del mismo libro con otros lectores!
Este intercambio, sobre un detalle del libro del P. Calderón, me hace añorar los "grupos de estudio" en los que participaba en mis años de juventud.
Un abrazo
¿mais qu'est-ce que c'est ça??¿humanistas en la frater? ¡¡nooo ...mon Dieu!!
ResponderEliminarhttps://lareja.fsspx.org/es/humanistas
No sea palurdo, es un año de disciplina, historia, latines y etc para que los jóvenes decidan la vocación y reciban un poco de la formación que no dan los colegios secundarios. Es más útil para los que no tienen vocación, que reciben claves de formación.
EliminarSr anónimo, búsquele las alas al gato, mejor.
EliminarBueno Antonieta no se altere, me tranquiliza sobremanera leer la explicación del croco; porque aunque no soy de la frater me preocupa que la infiltren estos delincuentes modernistas. A la larga vamos a tener que ir todos a las misas de la frater, creo que no falta mucho, por eso mejor rogar que se multipliquen los distritos asi no tenemos que recorrer más de cien kms para ir a la verdadera misa.
EliminarZapatazos no, mejor PATADAS en el trasero a bergoglio para sacarlo de Roma.
ResponderEliminarEstimado Don Dardo, ¿cuáles serían las diferencias de fondo entre la tesis del Padre Calderón en el "Reino de Dios" y las tesis de los infocaóticos en su puya a su hermano? Lo siento, pero como ellos no hablan claro, no entendí nada. Javier.
ResponderEliminarEstimado: El pobre Padre escribe tres capítulos para explicarnos la diferencia entre una subordinación indirecta, y la unidad de dos coprincipios. Nos dice que Suarez la pifió con respecto a Santo Tomás y muchos otros detrás de él, hasta Ottavianni. Estos morochitos no ven la diferencia y dicen, sin fundamento alguno, que es la mesma cosa.
EliminarQue algo esté subordinado indirectamente a algo, o por accidente, significa que son dos cosas diferentes que por razón de algun motivo o finalidad, accidentalmente se subordinan; por ejemplo: El Papa debe cortarse el pelo, y se subordina al peluquero que le dice cómo poner la cabeza. Es decir, el Estado en ciertas cosas y para ciertas finalidades, debe subordinarse a la Iglesia, pero son dos cosas diferentes.
No es esto lo que dice Santo Tomás. El todo social está llamado desde Cristo, a ser una unidad, una misma sociedad que marcha hacia el destino final, a un mismo fin. La relación entre uno y otro es la misma que entre el alma y el cuerpo. Es decir, dos coprincipios de una misma vida, no subordinados, sino en una unión de principios que aunque diferentes, hacen uno. Igual que naturaleza y gracia.
Un cuerpo sin alma es un cadáver, caput. Una naturaleza sin gracia es también de alguna manera un cadáver, pues la naturaleza humana no tiene fin natural, sino sobrenatural; privada de poder cumplir su fin, ni siquiera se puede ordenar como naturaleza, pues todo orden es con respecto a un fin. No hay fin natural distinto del sobrenatural.
Un Estado sin Iglesia, es decir, que no busca el fin sobrenatural de sus ciudadanos, no es un estado, es un cadáver de estado, pues no hay fin natural. Concebir un orden puramente natural es una infección liberal, pues esto no existe en la creación de Dios, Dios creó una naturaleza asociada a una sobrenaturaleza, inescindibles, como cuerpo y alma, como naturaleza y gracia ¡y no se puede separar sin fracaso de la naturaleza! El hombre es un ser compuesto de naturaleza y sobrenaturaleza, y la sociedad lo mismo. Pero los coprincipios se distinguen, distingo el cuerpo del alma, y sé cuando un cuerpo está muerto, porque lo abandonó el alma. De la misma manera sé cuando una sociedad está muerta.
Ahora bien, si yo quiero participar en esa sociedad antisobrenatural y ganarme un sueldito, pues le doy vida propia a lo social con respecto a fines naturales, le quito la necesidad de su resonancia sobrenatural y la juzgo por otros fines. Salvo mi cristianismo hablando de una "subordinación indirecta", para ciertos casos, pero me libro de entenderlo como una unidad inescindible que si no se dá, lo social se ha muerto. Es al pepe. Y ese es Santo Tomás. Pero los otros debían existir en Estados que ya no eran cristianos y le buscaron una manera de no tener que condenarlos, y desde allí la brecha que se hace en la inteligencia del problema.
Para ellos el estado existe aunque no sea cristiano ni busque el bien sobrenatural de los ciudadanos. Falla en su funcionamiento perfecto, pero ES algo completo en sí mismo. Para Santo Tomás sólo es Estado, si es coprincipio junto con la Iglesia, y si no, es un cadáver, un anti-estado, se ha corrompido, se está pudriendo.
¿Se entiende un poco?
Ahora sí, Don Dardo. Muchísimas gracias por el esfuerzo en hacérmelo entendible. Tengo el 75% del "Reino de Dios" leído y me voy quedando con ideas-fuerza aunque no había logrado sacar la síntesis confrontándola a tesis infocaóticas. Lo que sí es cierto es que me resulta tarea ardua compronder el estilo pedagógico de los infocaóticos. Me da la sensación que estamos ante una armadura medieval sin lubricante, cuyas piezas están previamente construídas en el momento, a base de un "collage" que proviene de unas estanterías encerradas en un habitáculo (despacho académico en suelo de parqué), y cogiendo de aquí y de allá se logra una ensalada al modo protestante, en una suerte de libre examen a lo semitradi.Le falta un princpio vital que cierre su argumentación farragosa con dejes académico-elitistas. No llena-así como con la obra del Padre Calderón- precisamente por la falla que se les imputa y que es la principal diferencia de la disputa. Al no considerar como un todo, en sus dos coprincipios, y considerarlo separadamente, están tratando un cuerpo muerto porque queriendo separar el alma, no pudieron lograr que tuviera vida. Creo que sobre esto pivota toda la cuestión y como consecuencia a efectos prácticos, ese falta de "vitalidad" y esa sensación de pedantería que desde un tiempo para acá, transmite Infocaótica. Ha estado mucho tiempo larvando esta corriente -quizás siglos-pero ahora creo que aflora en el momento de sacar la artillería pesada para enfrentar un contexto dramático. Muchos cañones, pistolas y metralletas, que creíamos la flor y nata de nuestro armamento, han demostrado tener una mala fabricación por un mal planteo de base en sus cálculos y en su diseño, que ha venido pasando inadvertidamente. Y todo ello ahora, en la trinchera virtual y no en las grandes cátedras. Curioso y realmente revelador. Un fuerte abrazo.Javier.
EliminarEsa vitalidad, es la gracia; principio de toda vida humana, social e intelectual, que la dejan para el final y está al principio de todo.
EliminarEsa vitalidad, es la gracia; principio de toda vida humana? me explica eso, please. Se refiere a la gracia santificante?
EliminarEspero que la pregunta sea de buena fe. Si tomamos la gracia como "benevolencia de Dios", un don gratuito, ya sea la actual o la santificante, lo que estamos diciendo es que en el orden querido por Dios, el hombre no tiene posibilidad de realización, ya sea con respecto al fin sobrenatural, ya sea en su propia naturaleza, sin esa benevolencia, es decir, sin gracia. Dios no hizo un ser que puede desarrollarse sólo en su perfección natural, y al que puede o no agregarse la gracia para cumplir un posterior destino sobrenatural. Hizo un ser compuesto, que sólo puede SER tal, con ese compuesto de ambos coprincipios. Si estos no confluyen, es un ser fracasado, tanto en el plano sobrenatural, como en el natural.
Eliminar..."Hizo un ser compuesto, que sólo puede SER tal, con ese compuesto de ambos coprincipios." ...ESOS CO PRINCIPIOS QUE UD DICE SE REFIEREN AL CUERPO Y ALMA?
Eliminary a la naturaleza y la gracia.
EliminarPero dada la real diferencia entre los planos natural y sobrenatural, sí es posible
Eliminarconsiderar un fin último en cada uno de ellos.
La existencia de un fin último natural es postulada necesaria e intrínsecamente
por el hombre cuando obra por un fin, por su misma naturaleza humana. Este fin es
naturalmente cognoscible y asequible. Quienes niegan la existencia de este fin, haciendo
directa y única referencia al fin último sobrenatural, sostienen que el hombre
“por naturaleza” se ordena directamente a éste (y de esta manera la gracia se
convierte en algo superfluo, accidental).
En cambio, la existencia de un fin último sobrenatural es conocida por la fe en la
Revelación de las Sagradas Escrituras y de la Tradición oral (y confirmada por el
Magisterio de la Iglesia). Algunas posturas “naturalistas” lo niegan ya que entienden
a la naturaleza de un modo inmanentista y totalmente autónomo. Así consideran
que el único fin de la existencia humana se halla en el campo del progreso individual
o social en esta vida.(1 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q.1, a.4. Ed. cit., pp. 36-37.)
No sé qué quiere decir con la cita, si quiere contradecir o si quiere coincidir. Pues bien leída y en en todo el contexto, con las distinciones propias, es coincidente con lo dicho más arriba. Mal leída, parcializada, parecería contradecirlo. En la pág 62 de El Reino de Dios está desarrollada la doctrina tomista con respecto al fin natural.
Eliminarlo que quiero decir es que la cita refleja la verdadera doctrina. Quizá ud coincida con lo que la cita dice, pero ,es casi le diría lo contrario a lo que ud explica o mal sabe explicar.
EliminarUna cita de tres renglones dentro de un contexto puede confundir. Por eso recurrimos a quienes manejan toda la obra, es decir a teólogos. Su juicio con respecto a la cita no vale un comino, igual que el mio, porque sabemos poco, pero hay autores más estudiados que salen para un lado y otros para el otro, doble fin, o único fin. En esto está Ud con Suarez, con el Padre Ramirez, con Ayuso y hasta le diría con Ottavianni. Yo voy siguiendo en este punto la enseñanza del P. Devillers, del P. Calderón y de quienes ellos citan en auxilio, los que consideran que de la obra de Sto Tomás surge la doctrina del único fin.
EliminarDon Flavio, ¿merece la pena leer el ensayo VATICANO II de De Mattei?
ResponderEliminarNo puedo precisarle nada. No lo leí.
EliminarMe meto. Debe ser un buen libro de historia, pero como todo libro de historia, hay que saber las derivas filosóficas e ideológicas que pueda tener el autor, y saber además si uno tiene la capacitación para saber desbrozar esas derivas y aprovechar el resto sin haber comprado un error. Lo que uno avisa es la tendencia del autor, para saber hacia dónde se le inclinará la interpretación.
Eliminar¿Y qué tendencia es ésa si puede saberse? Gracias
EliminarDentro de las variables, múltiples del multiforme modernismo, es una de ellas, de tono ratzingeriano. Con su nota de TFP.
EliminarNo sera mucho Don Saurio?
EliminarEl acelerador a fondo puede impedirnos llegar a tiempo al necesario freno.
O tal vez; pueda ser conveniente revisar "pesadas mochilas" del pasado.
Sucede, seguido, se cuele el maldito con sus falsos acosos.
Digo nomas.
Como por las "dudas".
Espero que no levante "temperaturas de desplante"-
En estas cosas no hay ni mucho ni poco, hay errores que se insinúan y hay errores que se consagran. La cuestión es si uno quiere verlos al principio o al final.
EliminarPor ende ¿es libro prescindible? Lo acabo de comprar (glup!)
EliminarNo se haga "malasangre".
EliminarSi les sigue la corriente en demasia los unicos "imprescindibles" serian; al fin y al cabo; D. Antonio y el Saurio.
Menos mal que al Padre lo precisan!
Los demas sobran.
Este sin duda sobra. El libro debe tener buena data, es muy buen historiador. Por otra parte, casi todos los libros son prescindibles, unos poquitos escapan a esa regla.
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