lunes, 15 de octubre de 2018

LA SOMBRA GROTESCA DE UN JUDÍO DE NARIZ GANCHUDA (parte 1)

por Dardo Juan Calderón

Nos preguntábamos hace poco sobre si “¿Hubo una Conjura Anticristiana?” y, en caso de que tal cosa hubiera ocurrido, de si entre sus agentes estuvo el JUDÍO, el MASÓN y el PROTESTANTE. O si, por el contrario, es ésta una idea surgida de la propia impotencia de una religión que no pudo detener su decadencia y, desconociendo las verdaderas causas de la descristianización en su interior, buscaba culpables fuera de sí: un chivo expiatorio.

Sabemos por Fe que ocurrida la Redención existe una contra-iglesia del demonio que nos lleva al pecado para nuestra perdición en lo espiritual, pero que también trabaja con medios materiales en una actividad ya encarnada en grupos humanos organizados que actúan en la historia para destruir a la Iglesia en la tierra.

En esta batalla Satanás actúa por pura malicia pues es un condenado, pero esos hombres y esas organizaciones no son tal cosa, no son condenados (aún pasibles de conversión) y actúan buscando un “bien”, que nosotros entenderemos “diferente y opuesto al de la Iglesia”, pero que el modernismo entenderá que es conciliable. Ellos buscan un fin natural cuando aquella busca un fin sobrenatural, pero entendámonos, no es que la Iglesia anda en las nubes y no se interesa en las cosas terrenas, la Iglesia busca un fin sobrenatural que implica un orden natural que surge como consecuencia de esa orientación y eso implica un mandato político de docilidad, actitud de las más difíciles de cumplir para la soberbia del hombre. Aquellos otros buscan un orden natural que surge de la misma naturaleza y que puede o no implicar un paso posterior a lo sobrenatural. La gran diferencia la hará, como señala Chesterton, el pecado original, pues si esa naturaleza está caída, mal nos puede dar su orientación y más bien nos desorienta.

Y aunque no lo parezca, aquí chocan dos ideas tremendas. El católico viejo que se siente llamado a combatir en dos frentes, el espiritual contra uno mismo y el terreno contra las organizaciones enemigas, pero siempre desde el fortalecimiento previo por la gracia sobrenatural que debe ser conservada y acrecentada en el cumplimiento de la Ley Divina dentro de Su Iglesia.

Por otra parte está el modernismo que deja en pie sólo el primer enemigo, el interior (no ya como enemigo de Dios, sino de uno mismo para sus logros humanos), porque desconoce y niega esas fuerzas malignas “encarnadas”. El modernismo –judaizado en su doctrina- entiende que estos fines naturales buscados por el hombre con sus propias fuerzas -aun en otras organizaciones que no sean la Iglesia- se pueden compatibilizar con los fines sobrenaturales buscados por la Iglesia. Entiende que no necesariamente deben ser “opuestos”, y aun peor, siendo el natural primero en la necesidad (prima mangiare), el otro puede ser –o debe ser- “pospuesto” para un tiempo en que se dé el primero y abra las condiciones para lo espiritual, pues no hay que temer la inclinación de la natura llevada por las solas virtudes morales. Y esta es la enorme trampa.

El católico tradicional entiende que en la historia hay dos bandos que combaten por un tercero; son los tres tercios de la humanidad de los que habla el Apocalipsis: los buenos y los malos enfrentados por aquel tercio de los errantes (o perplejos). Para el católico viejo hay que tomar bando contra otra parte de la humanidad porque ambos tienen “fines contrapuestos”, y la misma oposición entre estos fines surge primordialmente de la “prioridad” en la búsqueda y consecución de ellos, más que en los fines mismos.

Vemos aquí el problema del “doble fin”, un fin natural primero que al armonizar al hombre con su “buen mundo” lo hace apto para lo sobrenatural, o un fin sobrenatural que siendo primero en la intención, ordena la naturaleza para resistir un “mundo adverso”. Un remanido dilema: debo alimentar a la humanidad para luego hablarles del cielo y del infierno (es decir, establecer la paz, la abundancia y la justicia primero), ¿o al revés?: una humanidad que no sabe del cielo y del infierno jamás podrá ser saciada de su hambre, ni tendrá paz ni justicia.

Lanzar una acusación de satanismo contra grupos humanos que declaran a viva voz buscar la paz y la justicia, por una cuestión que parece de método, es sin duda la provocación de un enfrentamiento histórico que parece cruel y que debería tener una solución “consensuada”. Para peor -si aceptamos la “profecía”- debemos agregar que nos obliga a creer que este enfrentamiento será sin final y sin tregua durante toda la historia, es decir: sin solución posible. Y esto es cargar a Dios con la responsabilidad directa de habernos puesto en un campo de batalla no sólo interior sino externo en la historia, que tiene un desenlace en la victoria de uno de ellos y aniquilación del otro después de la historia. Esto creyó la cristiandad y esta acribia le han reprochado sus enemigos. Nunca mejor expresado que por San Agustín con las Dos Ciudades.

¿Pensaba esto mismo el “otro” bando? ¿Los malos? Es decir, eran conscientes de que entablaban una lucha contra Dios y luego contra su Iglesia? ¿Así lo entendían? Satanás sí, y aun peor, sabía de su segura derrota y buscaba socios para perderlos. Pero sus “hombres” no así (salvo unos poquísimos). Y esto porque Satán es padre de la mentira y sus seguidores son engañados. Ellos pensaban la historia de otra forma: el esfuerzo humano, y entre ellos la religión, era una actividad llevada para el encuentro de toda la humanidad en un mismo “bando”, para que llegara una “era” histórica de encuentro y acuerdo en abundancia, paz y justicia entre los hombres. Los judíos entendieron que ellos eran el pueblo elegido para motorizar en la historia este feliz encuentro humano con ellos a la cabeza del mismo, eso iba a lograr el Mesías esperado (si es que el Mesías no era un símbolo del Pueblo Judío mismo en su acción histórica, es decir, un colectivo). Para esto habían sido elegidos y -sin engaño- encontraban en la historia y talante de su pueblo las aptitudes y disposiciones principales para poder hacerlo.

Jesús de Nazareth contradice los puntos esenciales de esta idea o doctrina y, lejos de inaugurar o promover un mundo en paz y justicia, se convierte en causa de “contradicción permanente entre los hombres”. Pero además anuncia un encuentro que no es en la historia y tampoco es de “toda” la humanidad, sino de los fieles que surjan victoriosos del combate externo y del “juicio” interno. Para colmo, cerraba el paso a la búsqueda de ese fin natural de encuentro humano pensado y diseñado por el hombre a base de sus mejores apetencias, diciendo que –por el contrario- había que desconfiar de aquellas apetencias y sólo buscar el fin sobrenatural, ya que lo otro se daría por “añadidura” y de una forma “impensada” por el hombre; de una forma providencial muy posiblemente contraria a las ideas forjadas por el querer humano y que dependía de su docilidad a la gracia. Había sembrado la discordia, había negado la misión del pueblo elegido, la de la propia humanidad, y debía ser muerto.

Planteado esto con toda crudeza, tomemos conciencia de que para una mentalidad simple, la cristiandad es un planteo “belicista” que supone un permanente combate sin fin ni tregua en la historia, y el judío es un “pacifista” que busca un encuentro que dé por terminado este combate en la historia. Que en el judío hay una misión “constructiva” del mundo en la historia y que de alguna manera para el cristiano hay un “abandono” del mundo y la historia (no simple abandono cínico o nihilista, sino abandono a Su maravillosa Providencia).

Nosotros hacemos de nuestra vida una “guerra” y ellos buscan la paz para el mundo. Esta forma judía de ver las cosas la heredan las logias masónicas y las sectas protestantes (sus hijos espirituales), ideales pacifistas y constructivistas que los llevan también -en mayor o menor medida- a abandonar la “lucha interior” para buscar en su lugar una “armonía social o colectiva” en la tolerancia del error y la miseria, para que de esa armonía natural surja como producto lo espiritual. Puestas así las cosas, el modernista pensó que debía replantearse la bélica cristología medieval.

Es cierto también que hay que recordar con Anzoátegui que un pacifista es aquel que quiere matar a los belicistas y estos han tomado sus medidas de combate y nada leves, pero no ocultemos que la “guerra” la hemos armado nosotros, o peor aún, Cristo mismo. No la comenzamos, se entiende, sabemos que la comenzó el Maligno, pero hemos hecho de ella nuestra forma de vida y esta acusación nos cabe y debemos aceptarla en toda su redondez. Somos milicia y no prevemos un acuerdo humano. Ese es nuestro pesimismo histórico frente al optimismo judío.

Si no entendemos esto, si no los vemos en una correcta perspectiva, nunca entenderemos porqué nos consideran a nosotros los aguafiestas, los perros rabiosos, los eternos cultores del enfrentamiento, los que negamos el diálogo, enturbiamos la convivencia, impedimos el consenso y para mejor, somos los cultores del “abandono” de la acción y el progreso contra los promotores del esfuerzo por un orden de abundancia, paz y justicia. ¡Unos tarados! (Nada hay de menos abandono que el ponerse en manos de Dios, El que una vez recibidas nuestras voluntades no deja de darnos un enorme trabajo, pero bueno… no el que queríamos, el que nos gustaba o que se nos había ocurrido).

Tampoco entenderemos porqué la doctrina naturalista es más ajustada al deseo de la naturaleza humana –caída-, y la nuestra es tan repugnante para ella, resultando por tanto más justificable su razón en una visión puramente natural. (Es mucho más “natural” estar por el aborto o la anticoncepción cuando se prevé, casi con toda seguridad, una vida infeliz y miserable para la madre y el hijo. El cristiano sabe que la vida será un “valle de lágrimas”, hecho ante el cual sólo se puede oponer el argumento sobrenatural de abrir para ellos la posibilidad de una felicidad en la eternidad después de esta amargura. No hay argumento que no sea sobrenatural para los males, salvo que creamos que podemos acabar con ellos en esta tierra).

Entenderemos que para ser cristiano hay que tomarse la enorme y antipática tarea de amanecer “en pie de guerra” contra uno mismo para comenzar, y contra los demás por caridad, siendo que es tan dulce aquella doctrina que nos deja abandonarnos a la tendencia de nuestra naturaleza caída. La clave de entendimiento está en esto, en que nosotros desconfiamos de la naturaleza que sabemos caída y ellos no, que nosotros priorizamos lo sobrenatural y ellos lo natural.

No es el judío una sombra grotesca de nariz ganchuda que acecha nuestros hogares con una maldad insidiosa, sino –como el buen masón y el protestante- un hombre decente que quiere aunarnos para un mañana histórico de encuentro, de abundancia, de paz y de justicia. Es el “naturalismo”, y es poesía, y es filantropía. Es el que nos pide que dejemos las armas, el combate. Es el soplo de una voz tierna que nos dice al oído “descansa, confía en ti mismo y en la humanidad (en mi guía y en el poder del dinero)”. Aquella caricatura del judío de satánica malicia que mataba niños y bebía su sangre (que los hubo), tenía el sentido docente de alejar a los simples de la influencia naturalista y prefiguraba el efecto sobrenatural de que, sin duda ese naturalismo iba a matar el alma de nuestros niños y beber la savia de la gracia al quitar el sentido sobrenatural de nuestras vidas. Caricatura a la que no pocos judíos contribuyeron para victimizarse.

(No dejo de señalar que todo ese “naturalismo” optimista, privado de lo sobrenatural -como bien decía Calmel- termina en derivas “contranaturales”, y tenemos a nuestros modernistas del Vaticano de triste ejemplo).

Tampoco es “la sombra grotesca de un judío de nariz ganchuda”, satanista y usurero, la que se mostraba de parte de los sabios hombres de la Iglesia. Pues lo que ellos señalaron como la “per-fidia” (que quiere decir “por fuera de la fe” y sin más connotaciones adjetivas, que no hacen falta para su gravedad) de la doctrina judía, fue el naturalismo humanista.

La caricatura que dibujaba una parte de los contrarrevolucionarios llevados por una exagerada repugnancia (¿o despecho?) -en su contradicción evidente con el ser y el pensar común de los judíos- servía para acusar a hombres como Mgr. Delassus con aquella frase lograda que hemos puesto de título (ideada por parte del modernista Pierre Pierrard), siendo que no es de eso que el buen Monseñor quería protegernos; el peligro que de ellos se anunciaba desde la Iglesia era la civilizada y bonachona prédica naturalista y humanista del filántropo y no todas esas derivas de los despeñados.

Más allá de todos los mitos más o menos mechados de algunas anécdotas ciertas -pero aisladas- el Judío traía toda su prédica peligrosa en su naturalismo, su mesianismo terreno y su ecumenismo político. No es necesario que recurramos a cuentos de brujos en el que dos fuerzas sobrenaturales se enfrentan, Cristo vs. Satán, con ellos adorando al malo y nosotros al bueno. El verdadero enfrentamiento –salvo en la conciencia satánica- es entre la Verdad y la mentira que Satán difundió en el mundo, entre sobrenaturalismo y naturalismo; y la clave de esa mentira está en la adecuación de los objetivos y fines, como si lo sobrenatural fuera el final feliz de una adquisición por esfuerzo humano, y no el principio de Salvación por un esfuerzo Divino. Y si bien nosotros sabemos que es finalmente una lucha entre Satán y Cristo, no son altares aztecas a Satán los que adoran los “malos”, sino esos altares modernos de la santa democracia laica y universal; la igualdad la fraternidad y la libertad, a la que estamos adorando todos sin darnos buena cuenta.

¿Acaso es eso que digo lo que ellos dicen de nosotros y de sí mismos? Veremos.

5 comentarios:

  1. No hace falta preguntarse nada, ya nos advirtieron de la conjura varios escritores y sobre todo los papas verdaderos preconciliares en varias encíclicas.

    https://bibliaytradicion.wordpress.com/miscelaneo/francmasoneria/documentos-pontificios-que-condenan-a-la-francmasoneria/

    ResponderEliminar
  2. Ya desde los tiempos del profeta Ezequiel, alrededor del año 600 A.C. los judíos se habían entregado a la contaminación religiosa de los pueblos paganos. Así el profeta escribe en el Capítulo octavo de su libro, cómo toda la Casa de los príncipes de Israel se entrega a prácticas idolátricas en los subterráneos del Templo de Jerusalén:
    “Y sucedió en el año sexto, el sexto mes, el día cinco, que estando yo sentado en mi casa, y estando alrededor mío los ancianos de Judá…… súbitamente se hizo sentir en mí la fuerza del Señor Dios…..y díjome: Hijo de hombre ¿Piensas acaso que ves tu lo que estos hacen, las grandes abominaciones que comete aquí la Casa de Israel para que yo me retire lejos de mi santuario?, pues si vuelves otra vez a mirar verás abominaciones mayores….. horadada que hube la pared apareció una puerta…..y habiendo entrado, miré, y he aquí, figuras de toda clase de reptiles y de animales y la abominación de la familia de Israel, y todos sus ídolos estaban pintados por todo el rededor de la pared. ¡Ay!, setenta hombres de los ancianos de la familia de Israel estaban de pie delante de las pinturas, y en medio de ellos Jozonías, hijo de Safán, teniendo cada uno de ellos un incensario en la mano, porque en lo escondido dicen ellos aquí no nos ve el Señor…..”
    Por esa abominación, la Gloria de Dios se retiró del Templo, y a poco tiempo de la idolatría de los hebreos, vino una guerra que perdieron y fueron llevados al exilio, adonde también Ezequiel los acompañó.
    Seis siglos antes de la Natividad del Señor en Belén, ya los judíos formaban sociedades secretas para engañar al pueblo en la oscuridad de los subterráneos del propio Templo de Jerusalén. El Misterio de Iniquidadformado de tinieblas y mentiras ya actuaba.
    Por eso, podemos entender claramente, el rechazo a Cristo, de la elite judía: príncipes, sacerdotes, fariseos, escribas y saduceos, amigos de la oscuridad, que no pudieron entender a Jesucristo y su Doctrina, quien esla Luz Misma: el Camino, la Verdad y la Vida,

    https://eccechristianus.wordpress.com/2014/02/17/el-peligro-de-la-masoneria-para-el-verdadero-catolico/

    ResponderEliminar
  3. Muy buen post y creo que arroja la clave interpretativa de la Babilonia apocalíptica, perdida entre tanto castellanismo. La mujer que "fornica con los reyes de la tierra" no es otra que este judaísmo adulterado, por contraposición al recto, que es el cristianismo, siendo el modernismo no más que una hija de la prostituta, pero no la prostituta misma.

    ResponderEliminar
  4. se enllenó de sedevacantistas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "conservador" conciliar detectado.
      Acolito modernista.

      Eliminar